aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 017 2004 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

Género, violencia y sexualidad

Autor: Garriga i Setó, Concepció

Palabras clave

Coaacion y violencia sexual, género, Inventario (revisado) de actitudes hacia la sexualidad, Investigacion con adolescentes, Parentalidad dual.


Un estudio cuantitativo en adolescentes

En este artículo se presentan los resultados de un trabajo de investigación con adolescentes en una ciudad catalana. La parte experimental del mismo consistió en pasar un cuestionario de actitudes hacia la sexualidad (1) a quinientos veintidós chicos y chicas de quince a veinte años, alumnos de cuatro centros públicos y de dos privados.

Resultados y estadística:

Esta tabla muestra las puntaciones obtenidas en el factor coacción y violencia en la sexualidad (en adelante C y V) por los chicos y las chicas de los distintos centros y a las distintas edades.  

 

Leyenda: IES = Instituto Enseñanza Secundaria
              C = Centro concertado
              N = Número de alumnos/as evaluados por grupo
              15h = hombres de 15 años
              15m = mujeres de 15 años

        Puntuaciones más altas chicos *
        Puntuaciones más altas chicas +
        a es el nivel de significación, obtenido mediante las pruebas “t” (2)
        Rec. Inventarios rechazados 

Antes de comentar los resultados, es necesario ofrecer más información acerca de la muestra. El inventario se ha realizado en 4 centros públicos con las siguientes características: dos están ubicados en barrios obreros de la ciudad, con mucha población inmigrante, tanto del resto de la península como de fuera. Los otros dos corresponden uno a la zona centro de la ciudad, con una población más de clase media, y el otro a un barrio residencial con una población de profesionales y más adinerada. También se realizó en dos centros privados concertados del centro; a uno asisten los hijos y, sólo muy recientemente, las hijas de familias industriales y profesionales medio-altos de la ciudad -los cuales escogen el mismo prestigioso centro religioso desde hace tres o cuatro generaciones-, además de los provenientes de los nuevos empresarios. El otro es un centro también antiguo, pero cuyos alumnos provienen de familias con  un perfil más humilde y menos culto que consiste más bien en pequeños comerciantes y cuadros intermedios que prefieren que sus hijos/as estén más controlados que en los centros públicos y que, haciendo un sacrificio, pueden pagar una escuela concertada.

A continuación se comentarán los resultados obtenidos, que son interesantes puesto que aportan elementos para la reflexión sobre la excesiva presencia de violencia contra las mujeres en el área de la sexualidad.

El inventario que se utilizó figura al final del trabajo y corresponde al empleado en el artículo (Garriga, 2002b) (3). Puntuar alto en coacción y violencia significa tener y aceptar ideas como “una chica no tiene derecho a mostrar abiertamente su deseo sexual”, “las chicas violadas se lo han buscado”, “el sexo es un derecho de los chicos que éstos pueden ejercer utilizando la coacción sutil o forzando a la chica abiertamente”, “el sexo de una mujer se puede comprar con dinero”, “las chicas pueden ser introducidas a la sexualidad por sus parientes o conocidos mayores”, “las mujeres, en el fondo, desean ser violadas”, “cuando una chica dice NO en realidad quiere decir ‘depende’”.

Al analizar los resultados nos damos cuenta de la mayor propensión de los chicos, independientemente de su edad y su categoría socioeconómica, a tener una actitud favorable a la coacción y la violencia sexuales. Las puntuaciones de los chicos siempre son más altas que las de las chicas y, la mayoría de las veces, la diferencia es estadísticamente significativa. En algunos casos las puntuaciones de los chicos doblan a las de las chicas y en uno las triplican. 

Los chicos de las clases mas “acomodadas” de la muestra, que corresponden a un centro privado religioso y a un centro privado concertado, obtienen las puntuaciones más altas en coacción y violencia. Las chicas con puntuaciones más altas en coacción y violencia van a una escuela privada concertada; además la mayoría de sus madres no tienen estudios ni trabajan.

Las chicas con las puntuaciones más bajas en C y V acuden a un instituto de enseñanza secundaria situado en un barrio residencial de la ciudad; la mayoría de las madres de estas chicas tienen estudios y trabajan, y sus familias son menos convencionales que las de los demás grupos. Estas familias son las que proporcionan los modelos más alejados de la coacción y la violencia sexuales cuando las comparamos con los otros grupos.

Revisión de la literatura psicoanalítica

La cuestión que se aborda en este trabajo (4) –el sexo, el género y la violencia- es complejísima, porque en ella se entrelazan la vida psicológica personal, las internalizaciones correspondientes de la cultura en la que se inserta y la organización social, política y familiar del entorno de una persona.

Tal como se puede ver en la bibliografía incluida al final de este articulo, se ha realizado una revisión de literatura tanto psicoanalítica como no psicoanalítica sobre esta cuestión. A partir de los datos obtenidos es posible afirmar que los resultados del cuestionario administrado apuntan inequívocamente en la misma dirección que muestran los autores y las autoras consultados, es decir, que los chicos y las chicas siguen caminos diferentes en el desarrollo de la identidad de género, los cuales dan lugar a distintas organizaciones subjetivas (Freud, 1924, 1925; Archer y Lloyd, 1982 Chodorow, 1984, 1994, 1999; Dio Bleichmar, 1997; Gilligan, 1990, 1991; Kernberg, 1998; Person, 1998), sin olvidar que las diferencias intragrupales pueden ser tan grandes como las intergrupales. O, como queda mejor expresado en palabras de Levinton (2000) aunque hablemos de los hombres y las mujeres “en general” no nos referimos a ninguna esencia preestablecida, “sino a la búsqueda de factores comunes que faciliten una comprensión, sabiendo que fuerzan una unificación inexistente” (p. 22).

Según los resultados obtenidos, que grosso modo se pueden resumir en el hecho que los chicos tienen unas actitudes agresivas (Archer y Lloyd, 1982; Dio Bleichmar, 1997; Freud, 1932; Intebi, 1998; Person, 1998; Stoller, 1975; Kernberg, 1998) ante la sexualidad en mucha mayor medida que las chicas, nos encontramos ante la evidencia de que, colectivamente, producimos chicos con una tendencia a los rasgos patológicos que Kernberg (1998) formula de la manera siguiente: “En los hombres, la patología predominante de las relaciones amorosas es la hostilidad reactiva o proyectada hacia las mujeres”, que es resultado de su desarrollo particular de la identidad de género. Respecto a las chicas, por las puntuaciones que dan al cuestionario, podemos observar que aceptan grados bastante elevados de violencia, también a causa de su camino particular de desarrollo de la identidad de género, el cual las deja en una posición inhibida (Chodorow, 1984; Dio Bleichmar, 1997, Gilligan, 1990, 1991; Person, 1998) y masoquista (Kernberg, 1998), también patológica.

Por lo tanto, las relaciones tempranas de las criaturas con las figuras parentales y la confirmación de la validez del sistema de género que van recibiendo a lo largo de la latencia y la adolescencia les proporcionan la identidad de género normativo (Chodorow, 1984, 1994, 1999; Dio Bleichmar, 1997, Gilligan, 1990, 1991; Kernberg, 1998; Person, 1998), lo que los/las puede llegar a estructurar de una manera patológica: agresiva para los chicos e inhibida para las chicas, sin olvidar, como Dio Bleichmar (1997) y Chodorow (1999) demuestran, que el género va más allá de la historia individual de cada persona y que se encuentra en las instituciones de la cultura (familia, escuela, política): en los valores, en los ideales y en los mitos.

Como vemos, quedan establecidas ciertas condiciones para que las relaciones de pareja entre hombres y mujeres puedan tener más que ver con el sadomasoquismo que con el amor, para volver a utilizar una expresión de Kernberg (1998). Esta es la conclusión principal que creemos poder sacar de los resultados generales del estudio, tanto del experimental presentado en este trabajo como de los aportes de la literatura revisada.

Conclusiones

a) Respecto al género: si no queremos continuar produciendo colectivamente criaturas que manifiesten las actitudes que hemos descrito, ni queremos continuar dando a las madres toda la responsabilidad de la génesis de la patología (Dio Bleichmar, 1997), tal como está sucediendo, hay que modificar profundamente el sistema de género dimórfico normativo vigente. Para conseguir este objetivo, una de las primeras medidas a tomar es hacer un replanteamiento general de la crianza de las criaturas que permita el surgimiento de unos papeles de género más cruzados (Chodorow, 1984; Benjamin, 1996), que desarrollen los aspectos de cuidado en los chicos y los de placer en las chicas (Person, 1998).

Esto es lo que está sucediendo de manera creciente en los países nórdicos y en los Estados Unidos, y entre las capas más conscientes de la población: lo que en inglés se denomina dual parenting (Benjamin, 1996) y que podríamos traducir como parentalidad dual. Otra versión de este fenómeno desde la psicología social es el que se denomina nuevo contrato sexual (Berbel y Pi-Sunyer, 2001), mediante el cual los padres se corresponsabilizan tanto de la economía como de la crianza, así como de todos los aspectos que se derivan de la vida en común.

Aunque, como dice Benjamin, esto no solucionará todos los problemas –ya que es toda la cultura y toda la organización social y política occidental (por no hablar de la oriental) la que está imbuida de la racionalidad masculina, o funcionamiento patriarcal-, al menos cada criatura particular podrá establecer dos intersubjetividades en lugar de una, como sucede ahora, con lo que podría aumentar la probabilidad de que sus núcleos de la identidad de género tuvieran más aspectos cruzados. Además, para poder llevar a cabo esta propuesta, la mujer tiene que haber abandonado, en mayor medida que en la actualidad, cierta cualidad de la omnipotencia (Benjamin, 1996).

Por omnipotencia me refiero a la compleja descripción que hace Benjamín (1966; 258-263), por un lado, del “ideal de madre” definido por un cuerpo que todo lo da, autosuficiente. Benjamín (p. 259) afirma que detrás del ideal de la maternidad (de la visión de una familia autosuficiente protegida por un ángel del hogar competente para todo), se ocultan los problemas reales de la poca implicación de los gobiernos en la crianza (falta de guarderías, de centros de atención médica, de horarios de trabajo flexibles,…). El ideal de la maternidad también se nutre de la idea de que el infante es infinitamente frágil en su dependencia e insaciable en su necesidad, por lo que “la ausencia temporal de la madre suscita frustración y rabia”, lo que crea la convicción de que la separación es destructiva, y la ira infantil, rauda y peligrosa. Esta es una percepción distorsionada. De este material está hecha la imagen idealizada de la maternidad, “la fantasía de la madre perfecta” (pp. 259-260).

Otro aspecto a considerar es la distinción entre la realidad interna y la externa, respecto a lo que Winnicott llama la experiencia positiva de la destrucción, en que la criatura “ha destruido a todos y a todo, pero la gente que lo rodea sigue tranquila y sin daño”. Esta distinción es crucial para percibir al/a otro/a como una persona separada que no necesita ser perfecta o ideal para satisfacernos. La incapacidad para sobrevivir a la separación y a la agresión mantiene a madre e hij@ encerrados en el campo de la omnipotencia (p. 261). La creencia en la omnipotencia materna está debajo del ideal de la maternidad. La idea de que la madre es o debe ser dadora de todo y perfecta expresa la mentalidad de la omnipotencia, la incapacidad para experimentar a la madre como una sujeta (5) que existe independientemente. Esta idealización atestigua el fracaso de la destrucción; el odio no ha podido surgir y hacer menos idealizada y más auténtica la experiencia del amor. La criatura solo puede percibir a la madre como una sujeta por derecho propio solo si ella lo es (p. 262), es decir, si abandona la omnipotencia en la que la coloca la estructura simbólica de la polaridad genérica.

Dio Bleichmar (1997) afirma que hay un cuadro multifactorial después del nacimiento, mediante el que se completa la compleja organización del sistema sexo-género del self en construcción.

“Estos factores, para una hija, son:

a. Los fantasmas de género de la madre sobre el destino de mujer que le espera a su hija.

b. Los fantasmas del padre.

c. Las experiencias infantiles que dan forma a los modelos e ideales de ser mujer en el mundo.

d. Adultos que se erigen en modelos para la niña, tanto de feminidad positiva como negativa.

e. Los modelos de feminidad vigentes en el entorno de la niña.

Estos factores a su vez se cruzan con:

1. Aspectos libidinales y afectivos de la intersubjetividad de la niña con sus padres.

2. Las identidades femeninas y masculinas de la madre y el padre respectivamente.

3. El grado de placer y satisfacción que tenga cada uno con su identidad.

4. El modelo de pareja que los adultos aportan a sus hijos/as. La clínica muestra que este factor es de suma importancia para la tipificación y valoración de género que haga la niña (y el niño)” (pp. 391-392).

Dio Bleichmar (1997) con la deconstrucción del caso de Leonardo da Vinci demuestra, además, cómo toda la psicopatología hace referencia al papel de la madre en la génesis de patología mientras que, sencillamente, ignora el papel del padre. Acaba diciendo que esta manera de proceder de la psicopatología es una manera de “blanquear” al padre, de esconder de la vista su responsabilidad, de ignorarla, de pretender que no existe. (pp. 108-129).

Las aportaciones de Benjamin  (1996) también coinciden con esta visión. Recordemos su análisis del “Enigma Edípico” (pp. 167-224). Allí afirma que en la formulación original del complejo de Edipo de Freud hay un hilo conductor: la idea del padre como protector, o incluso salvador, ante una madre que nos haría retroceder a lo que se llama narcisismo ilimitado de la infancia. La idea del padre como protector autoriza su idealización y, a la vez, la denigración de la madre. La idealización del padre enmascara el miedo de la criatura a su poder. El mito de la buena autoridad paterna, racional, y que impide la regresión, limpia al padre del terror y traslada este terror a la madre que, entonces carga con lo malo de ambos progenitores. Esta concepción de la autoridad edípica niega el miedo y la sumisión que históricamente ha representado el padre.

Benjamin postula la necesidad del desarrollo de un “Nuevo Edipo” en el que se prolongue el periodo de “bisexualidad” preedípico, considerado crítico para la adquisición de género, lo que significa permitir que coexistan la identificación masculina y la femenina. Esto permitiría a los chicos convertirse en más diferenciados de la madre y les evitaría la necesidad de defensas como el repudio, la “falsa diferenciación” y el control. Hacer entrar prematuramente en la estructura que describe el Edipo clásico lleva al repudio más que al reconocimiento del/la otro/a.

Esta impresión de Benjamin coincide con la elaboración de Kernberg que afirma “puede muy bien ser que el fuerte énfasis social y cultural en una identidad de género esté reforzado y codeterminado  por la necesidad intrapsíquica de integrar y consolidar una identidad personal en general, de manera que la identidad de género cemente la formación del núcleo de la identidad del yo.  Cita a Lichtenstein (6), quien afirma que la identidad sexual constituiría el núcleo de la identidad del yo.  Person sostiene la misma tesis en “La sexualidad como pilar de la identidad” (1980). Chodorow (1994) se da cuenta que el padre es quien tiene más interés y prisa en que las criaturas adquieran una identidad de género.

El análisis que estamos haciendo del sistema sexo-género parte de los trabajos de John Money (1955) y de su concepción del género. Pero quisiera añadir un par de conceptos y consideraciones más contemporáneos. En primer lugar, Person (1998) dice que “actualmente se está volviendo a evaluar el papel de la biología en el núcleo de la identidad de género, en parte debido al resultado inesperado de uno de los casos de Money” (p. 299). El caso John, -que años después de ser reasignado como niña se volvió a reasignar, ahora como hombre, aduciendo que a lo largo de su desarrollo sus intereses habían sido siempre masculinos- sacude la teoría de que el núcleo de la identidad de género sea socialmente “construido”. Como resultado, hay una reevaluación de los papeles relativos de la asignación sexual y la biología (en particular de las hormonas prenatales) en el establecimiento del núcleo de la identidad de género. De todas maneras, “para la mayoría de los pacientes intersexuales, todavía se cree que la asignación de sexo es el determinante del núcleo de la identidad de género” (Person, 1998, p. 300) aunque en un trabajo posterior de Fausto-Sterling (2000) sobre los “cinco sexos” que ella considera, después de una evaluación exhaustiva de las condiciones transexuales y transgenéricas, acaba proponiendo que a las personas que solicitan una asignación de sexo se les hagan las mínimas intervenciones quirúrgicas y hormonales, y que ésta se haga y se sostenga sobre todo mediante criterios psicológicos y psicoterapia (lo que también daría cuenta de la “construcción psicológica” del género).

El género: lo cultural y lo individual, su interrelación

Las aportaciones actuales desde el feminismo psicoanalítico postmoderno (Goldner, 2003) contemplan el género como una formación de compromiso, hablan del “género con ambivalencia, es decir, a la vez un lugar de herida y un idioma creativo” (p. 130), según lo cual

“el género estaría construido como una identidad social fija y un estado psíquico fluido, constituido en la tensión entre la objetificación (de cualquier manera como sea definida en un contexto cultural y de familia particular) y la capacidad de actuación (el proyecto continuo de autocreación individual de un sujeto)” (p. 131, cursiva de la autora).

Goldner habla en este artículo del género personal como creado por cada uno/a (p. 133), basándose en el trabajo de Chodorow (1999) que utilizó el concepto de género personal, añadiéndole la connotación cultural de la siguiente manera:

“El sentido de género de cada uno/a es una creación individual, y por tanto hay muchas masculinidades y feminidades. La identidad de género de cada uno/a también es un entretejido inextricable, prácticamente una fusión, de significado personal y cultural. Que cada persona crea su propio género personal-cultural implica una extensión de la comprensión que el género no se puede entender al margen de la cultura” (pp. 69-70).

Para dejar todavía más clara su exposición, añade:

“la percepción y la creación de sentido están psicológicamente constituidas. Como documenta el psicoanálisis, las personas se proporcionan significados e imágenes culturales, pero los experimentan emocionalmente y mediante la fantasía, así como en contextos interpersonales particulares. El significado emocional, el tono afectivo, y las fantasías inconscientes que surgen de dentro y no son experimentadas lingüísticamente interactúan con las categorías culturales, los cuentos, y el lenguaje y les dan animación individual y matices (es decir, los hacen subjetivamente significativos). Las personas, de ese modo, crean nuevos significados de acuerdo con sus propias biografías únicas y sus historias de estrategias y prácticas intrapsíquicas –significados que se extienden más allá de las categorías culturales o lingüísticas y que van contra ellas” (pp. 71-72) (7)    

Goldner, en el artículo que estoy citando, ahonda en las afirmaciones de Chodorow añadiendo que

“El tema no es el género per se, sino cuán rígidamente y concretamente se usa en una mente individual o en un contexto familiar y qué trabajo psíquico e intersubjetivo despliega… la cuestión deviene la medida en que el/la sujeto/a se experimenta a si mismo/a como invistiendo el género con significado, o si el género es un significado que tiene lugar en él/ella” (p. 135).

Más adelante matiza que “La capacidad de hacer esta distinción crítica ha sido conceptualizada por Bassin (1996) y Benjamin (1995) como uno de los logros principales del desarrollo” (p. 135).

Por otra parte, Chodorow (1999) propone una concepción del desarrollo lineal y continua –no en etapas ni estructuras- en la cual cada uno/a lleva a cabo su propia síntesis personal resultado de su propia historia individual: una historia interpretada, absorbida y creada activamente; reconocida como propia. Afirma que

“Los sentimientos actuales, un sentido contemporáneo del self, las pasiones, y las necesidades y los deseos percibidos, no vienen de lo que realmente sucedió en el pasado sino de una red de procesos internos que construye el presente” (p. 271).

Realmente, Chodorow está proponiendo una nueva visión tanto del género como del psicoanálisis, una visión que entronca con la perspectiva relacional, dentro de la que se inscriben el grupo de autoras que estoy citando.      

En cuanto a la dimensión cultural, para poder modificar a fondo el sistema de género normativo vigente, también hay que obtener el soporte de políticas públicas, de las que estamos muy lejos en nuestro país, como demuestra el economista V. Navarro (2002), quien afirma que la falta de suficientes políticas sociales recae directamente sobre las mujeres, con índices elevados de enfermedades debidas al estrés; como las jóvenes no quieren seguir el patrón de sus madres, renuncian a tener hijos, lo que da cuenta de que tengamos el índice de natalidad más bajo del mundo. Vuelvo a hacer referencia a los países nórdicos como modelo (en este caso, los Estados Unidos no están incluidos). En aquellos países no se da soporte a las grandes estructuras militares y ofensivas pero, en cambio, están bien comprometidos en el bienestar de las personas que  los habitan. Las leyes de protección de la crianza son las mejores del mundo y están disponibles tanto para el padre como para la madre. Allí se esta produciendo la auténtica revolución de la crianza y, con ella, del sistema de géneros. Aunque, como bien muestra Jonasdottir (1993) allí las mujeres siguen siendo las que proporcionan el amor y los hombres adquieren el poder mediante la explotación del amor de las mujeres.     

b) Respecto al sexo: hay unanimidad entre las autoras y los autores consultados respecto a la mayor represión, inhibición, supresión, etc. de la sexualidad de la niña, primero, y de la mujer, después. Si queremos superar esta limitación, hay que dar a conocer a las niñas sus órganos y sus placeres (Dio Bleichmar, 1997; Person, 1998). Ahora bien, Person (1998) nos advierte de la conveniencia de no tomar la sexualidad masculina como modelo porque, aunque reconoce que la sexualidad femenina es una hiposexualidad, opina que la masculina es una hipersexualidad.

Dio Bleichmar (1997) se explica la mayor represión de la niña por el hecho que durante la latencia ésta adquiere dos “saberes”: 1) la sexualidad “marca-perjudica” a la mujer pero no al hombre; 2) se da cuenta de la tolerancia que hay hacia la expresión de la violencia sexual de los chicos.

Person (1998) afirma que empiezan a percibirse cambios, puesto que en los últimos años el número de mujeres que gozan de una sexualidad satisfactoria ha crecido notablemente. Esto es debido a su subjetivación creciente. Afirma textualmente: “La liberación sexual vendrá de la liberación de la mujer, no al revés” (p. 54).

c) Respecto a la violencia: hay una tolerancia excesiva hacia la violencia en general y, en particular, hacia la violencia (sexual) de los hombres contra las mujeres, como ha señalado Dio Bleichmar (1997). Ahora bien, la cuestión de la tolerancia hacia la violencia en general e incluso el fomento de esta violencia misma son aspectos que van más allá del marco de la estructura individual para convertirse en un fenómeno colectivo a gran escala en el que participan todos los estamentos públicos, desde los medios de comunicación –que nos saturan la visión con imágenes constantes de crímenes, de violencia sexual, de accidentes, lo cual produce un efecto de insensibilización generalizada– hasta las instituciones democráticas, que no sólo toleran sino que fomentan unos niveles de violencia del más fuerte, transformándose en defensoras de los valores del mismo, dejando de ser democráticas y experimentando, así, una pérdida de credibilidad que las convierte en ineficaces, lo cual promueve la vivencia permanente de impunidad para los poderosos y el consiguiente sentimiento de indefensión en los/las ciudadanos/as.

Luego de este recorrido, volviendo a los resultados del estudio, es posible afirmar que es muy esperanzador que el grupo que tiene menos tolerancia hacia la violencia sea el de las chicas que viven con familias menos convencionales, es decir, aquellas en las que ya ha tenido lugar un cuestionamiento de la rigidez de los papeles de género y en los que los padres han intercambiado papeles, en concordancia con las propuestas de la literatura que he escogido (Benjamin, Chodorow, Dio Bleichmar, Gilligan) en el sentido de promover el máximo desarrollo personal.  

En cambio, es muy inquietante que los chicos que tienen actitudes más propensas a la coacción y la violencia pertenezcan a las clases acomodadas, lo cual también coincide con la amenaza de pérdida de privilegios que generan unas relaciones más equitativas. También nos tiene que preocupar el hecho de que estos chicos serán los futuros dirigentes empresarios y políticos, y que no tendrán herramientas psicológicas para hacerlo de una manera más sana. Tal vez estos chicos consideren que alcanzar el nivel de desarrollo personal que supone el reconocimiento mutuo es un esfuerzo demasiado grande para las ventajas que obtendrán, y esto nos tendría que hacer reflexionar de nuevo, para poder pensar en medidas para promover el cambio de actitudes.

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NOTAS

Una versión ampliada de este artículo ha sido publicada en la Revista deTerapia Sexual y de Pareja, núm 14, Dic. 2002. Madrid: Asociación Española de Sexología Clínica (AESC), pgs. 44-123. También se ha publicado un resumen de este artículo también ha sido publicado en el Full Informatiu, núm. 163 del Col·legi Oficial de Psicòlegs de Catalunya. (Ver bibliografía: C. Garriga, 2003b)

(1) Se ha utilizado un cuestionario publicado en C. M. Davis; W. L. Yarber; R. Bauserman; G. Schreer y S. L. Davis (1998).Handbook of Sexuality-Related Measures. Londres: Sage Publications, 592 pág. ISBN 0-8039-7111-7. Las autoras del cuestionario (“The revised Attitudes Toward Sexuality Inventory”) son Wendy Patton y Mary Mannisson. Está al final del artículo.

(2) Pruebas “t” de comparación de dos medias observadas en grupos con datos independientes (muestras pequeñas), del libro: Domènech, J. M. (1975) Métodos estadísticos para la investigación en ciencias humanas, Barcelona: Herder, ISBN 84-254-0981-0, pg. 211.

(3) El articulo original se puede solicitar en la siguiente dirección cgarriga@ilimit.es

(4) No es la primera vez que me dirijo a Aperturas o a otras publicaciones (Garriga, 2002a, 2004), (Garriga, 1998, 2000a, 2000b y 2000c, 2002b, 2003a, 2003b), puesto que pretendo continuar alentando el debate y la reflexión en torno a la interacción de estos tres aspectos de la vida anímica: el género, la violencia y la sexualidad, así como declarar que la existencia de violencia en la expresión del afecto no tiene nada que ver con la salud mental. Considero que una de las funciones que tenemos como psicoterapeutas es la promoción de la salud mental más allá del ámbito de la propia consulta.

(5) Observemos que aunque existe el femeninosujeta” para describir a la mujer que es “ente consciente y principio de acción”, el lenguajecorriente nos lo había invisivilizado. El uso del téminosujeta” es nulo en la literatura.  

(6) Lictenstein, H. (1961) “Identity and sexuality: a study of their interrelationship in man”,Journal of the American Psychoanalytic Association, 9, 179-216, citado por Kernberg y por Person.  

(7) Las notas al pie de este texto de Chodorow remiten a Dimen, Harris, Benjamin y la misma Goldner, lo que confirma la afirmación inicial de que nos estamos refiriendo a un grupo de autoras con estrechos vínculos entre ellas.

 

 

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