aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 048 2014

El momento histórico en el análisis de los hombres gais

Autor: Cohler, Bertram J. - Galatzer-Levy, Robert M.

Palabras clave

Hombres gay, Gay, Homosexualidad.


"The historical moment in the analysis of gay men" fue originariamente publicado en el Journal of American Psychoanalytic Association, 61: 1139-1173 (2013). Traducido y publicado con autorización de la revista.

Traducción: Marta González Baz
Revisión: Mariano de Iceta Ibáñez de Gauna

[Este artículo recibió el premio de la American Psychoanalytic Association en 2013, premio otorgado a un manuscrito no publicado que suponga una contribución original y destacada a la comprensión y/o tratamiento psicoanalíticos de individuos gais, lesbianas, bisexuales o transgénero.]

Los significados del deseo de los hombres hacia alguien de su mismo sexo han cambiado rápidamente en los últimos 50 años. Como resultado, es normal que pacientes y analistas (o psicoterapeutas) tengan comprensiones implícitas disonantes en cuanto al significado de este deseo. Esta disonancia puede tener consecuencias clínicas inadecuadas, alguna de las cuales se exploran aquí, y pueden ser parcialmente mitigadas para facilitar un mejor trabajo analítico y psicoterapéutico con los hombres gay.

The meanings of men’s same-sex desire have changed rapidly in the last fifty years. As a result, is common that patients and analysts (or psychotherapists) have dissonant implicit understandings of the significance of this desire. This dissonance can have untoward clinical consequences, some of which are explored here, and may be partly mitigated to facilitate better analytic and psychotherapeutic work with gay men.

La historia cambia el lenguaje. El mismo título de este trabajo es confuso. Usamos la expresión “hombres gay” para referirnos a hombres que o bien tienen sexo con otros hombres o bien quieren tenerlo. Pero varios de los hombres que se presentan aquí no se llamarían a sí mismos gais. Algunos habrían preferido el término “homosexual” puesto que ese era el término que usaron cuando se dieron cuenta de sus deseos y porque para alguno de ellos remite a comunidades de las que se siente parte. Otros habrían objetado que “gay” se refiere a una de las diversas culturas, en ninguna de las cuales se sienten cómodos. Algunos habrían objetado que cualquier expresión sugiere que existen ciertos rasgos compartidos esenciales a los que el término se refiere, rechazándolo por considerar que toda generalización es errónea. Otro grupo encontraría el término demasiado blando y preferiría términos como “queer”[i] que sugieren que lo que sienten es la naturaleza socialmente perturbadora de su deseo. Los habría que dirían que a pesar de la anatomía sexual de sus compañeros se consideran heterosexuales o con una “sexualidad convencional”,[ii] puesto que o bien piensan en sus compañeros sexuales como mujeres o sienten que sus experiencias sexuales con los hombres son secundarias respecto a sus deseos sexuales principales. Y aún otros sentirían de diversos modos y en distintos grados que el sentido de comunidad, el reconocimiento de que existen otros hombres con los que comparten deseos e historias vitales en común, a menudo tiene el coste de pasar por alto sus cualidades e historias individuales y por tanto rechazan globalmente un término sobresimplificado. Verse en un sentido significativo como “hombre gay” es simplificar y limitar lo que uno es. Pero negar que uno es un hombre gay es perder el sentido de pertenencia, dignidad y solidaridad que proviene de formar parte de una comunidad, un sentimiento que a muchos les parecería central para el bienestar personal.

De forma similar, la expresión “momento histórico”, si bien refleja con precisión la transitoriedad de las ideas y actitudes actualmente vigentes, es confusa. Temas considerados importantes, a menudo se perciben como atemporales, aspectos de realidades inmutables, aun cuando el intelecto nos diga otra cosa[1]. Estas ideas y actitudes parecen estables durante periodos de tiempo prolongados y nos cuesta mucho reconocer la brevedad de su validez. Las “narrativas maestras” de las vidas de los hombres que desean sexualmente a otros hombres han cambiado dramática y rápidamente durante el último siglo (Cohler, 2007), y tanto estas transformaciones como la rapidez con que se producen han moldeado la experiencia psicoanalítica de los hombres que desean tener sexo con otros hombres.

Tener palabras para referirnos a los hombres que se sienten sexualmente atraídos por otros hombres marca la existencia de una narrativa maestra, una historia de lo que, supuestamente, significa típicamente sentir tales deseos. Así, para los hombres nacidos en la década de los 30 y los 40 que se consideraban “homosexuales”, el término acarreaba una historia centrada en la psicopatología, con presuntos orígenes en la infancia temprana, y el posible tratamiento con potentes modelos, a menudo psicoanalíticos. La emergencia de un término alternativo, “gay”, sugería una narrativa maestra diferente, cuyo rasgo central era la negación de la narrativa maestra homosexual y la afirmación activa del placer y la satisfacción del sexo entre hombres. El término enfatiza que se espera que los hombres gais tengan vidas distintas de los hombres “hetero”. De forma similar, el término “queer”, que adopta una imagen orgullosa frente a la cultura heterosexista dominante, apunta a una narrativa en la que el rasgo central del deseo por personas del mismo sexo[iii] es la resistencia del hombre (y su ataque) a las normas dominantes. Sugiere que la desviación per se es más importante para la psicología del individuo y su lugar en la sociedad que el modo específico de desviación. Considerarse “queer” permite a los hombres eróticamente interesados por otros hombres unirse al amplio grupo de personas para quienes el interés sexual, la identidad de género o, incluso, la preferencia en cuanto a ropa (Garber, 1992) está mayormente conceptualizada en términos del modo en que critican enérgicamente a la sociedad dominante.

Las vidas de los hombres que desean sexo con otros hombres han cambiado dramáticamente. Para los hombres gais americanos urbanitas, lo que una vez fue una escena dominada por breves “encuentros” furtivos e ilegales, ha cambiado a un mundo de anuncios de matrimonio en el New York Times y paseos tras un carrito de bebé. Al mismo tiempo, estos hombres son conscientes, en diversos grados, de que hombres con deseos similares siguen siendo tratados con una brutalidad terrible en muchas partes del mundo y siguen siendo objeto de discriminación y humillación incluso en Estados Unidos. La historia nos enseña que a los cambios positivos en las actitudes de la sociedad hacia el deseo por personas del mismo sexo les siguen intensas reacciones negativas que pueden rebasar a los individuos con una rapidez terrorífica, como sucedió en Alemania en los años 30 y en Gran Bretaña en la década de 1890. El lugar que ocupan en el mundo los hombres que desean tener sexo con otros hombres está sujeto a un cambio continuo, intenso y rápido.

Nuestra comprensión sobre el impacto en los análisis y las psicoterapias psicodinámicas de estos hombres de la historia, y los significados cambiantes del deseo por personas del mismo sexo, incluso en periodos tan breves como una década, está desfasada respecto a estos cambios. Basándonos en nuestra experiencia combinada de aproximadamente 80 años de trabajo con hombres con deseos hacia personas del mismo sexo, y en revisiones de la literatura psicoanalítica (Cohler y Galatzer-Levy, 2000; Friedman, 1988), podemos decir que pocos temas específicos han permanecido estables a lo largo del tiempo, pero que hay un tema que emerge repetidamente. Analistas y pacientes han tenido gran dificultad para reconocer el impacto en el trabajo analítico del rápido avance de la historia en este terreno. Hasta hace muy poco, casi toda la literatura psicoanalítica trataba al deseo por personas del mismo sexo como si sus significados centrales fueran inmutables. El no atender al hecho de que el significado del deseo por personas del mismo sexo cambia dramáticamente cada poco tiempo complica frecuentemente los análisis y psicoterapias de los hombres que desean tener sexo con otros hombres.

Estamos convencidos de que las dificultades que describimos son lo suficientemente comunes como para merecer la atención de los analistas que trabajan con hombres gais; sin embargo, no afirmamos que éstas sean universales. Reconocemos que muchos de los fenómenos que describimos pueden observarse en otros grupos y que el impacto de la historia en la psicología individual ha sido reconocido ampliamente por los analistas (p. ej. Erikson, 1975). Explorando esta dimensión del análisis en profundidad con relación a los hombres que desean sexo con otros hombres, no pretendemos negar en modo alguno la presencia de temas relacionados en otros grupos de pacientes. En lugar de ello, esperamos que el estudio atento de este grupo invite a la exploración de cómo nuestras ideas se aplican o no a otros.

Varios de los ejemplos clínicos que ofrecemos provienen de contextos diferentes al marco psicoanalítico estándar; es decir, se encontraron en psicoterapias psicodinámicas. Hemos elegido usar estos ejemplos porque creemos que sus rasgos centrales, para el propósito de nuestra discusión, caben ser destacados en sí mismos, y pueden verse en muchos análisis. En cualquier caso, nuestra intención es apuntar a un grupo de fenómenos que se ilustran mejor mediante el uso de historias.

Narrativas maestras

Un modo en que los psicoanalistas conceptualizan la angustia psicológica es como manifestación del surgimiento de angustia dolorosa o narrativas personales depresivas (Schafer, 1992). Como Bruner ha mostrado (1990, 2011), las historias satisfactorias son un medio crucial de dotar de sentido a la vida y de crear la identidad personal. Aunque hay factores al margen de las narrativas que pueden modelar las vidas con el tiempo, las historias aportan significado, coherencia y juicio a la experiencia vivida, con o sin conciencia de ello. Las acciones están gobernadas generalmente por intentos de vivir vidas con narrativas satisfactorias. Desde que Anna O. descubrió que sus síntomas se aliviaban “deshollinando la chimenea” –la construcción de una historia del origen de sus síntomas se logró mediante lo que llegaría a llamarse asociación libre (Breuer y Freud, 1895)- analizandos y analistas han buscado narrativas que doten de sentido a los fenómenos que resultan difíciles de entender. Durante muchos años, las discusiones psicoanalíticas sobre el deseo por personas del mismo sexo en los hombres estuvieron dominadas por intentos de encontrar historias satisfactorias que describieran por qué algunos hombres se sienten atraídos por hombres. En contextos profesionales, la “cuestión del por qué” se aborda a menudo como un aspecto de las tareas prácticas. Cuando el deseo por personas del mismo sexo se consideraba un síntoma, la cuestión se planteaba con el mismo razonamiento que se aplicaba para otras condiciones, la creencia de que la cura podía venir a través del insight etiológico (Bieber y col., 1962; Bergler, 1956; Socarides, 1989). De forma similar, gran parte de la presión para apoyar una historia biológica del origen del deseo por personas del mismo sexo proviene de consideraciones prácticas, tales como luchar contra la condenación moral o los esfuerzos desalentadores en la “cura”.

Los hombres que desean sexualmente a otros hombres a menudo viven en historias fuertemente modeladas por narrativas maestras compartidas culturalmente. Las historias compartidas sobre temas como el origen del deseo por personas de mismo sexo, la conciencia incipiente de este deseo, el salir del armario, lograr o no hallar una comunidad de pertenencia, la experiencia del SIDA, la persecución de los gais, y la importancia de la edad para los hombres gay crecen a partir de la experiencia personal compartida y moldean esa experiencia. Estas narrativas vitales han cambiado dramática y rápidamente a lo largo de los últimos ciento cincuenta años.

El trabajo del psicoanálisis puede ser conceptualizado como un esfuerzo por reexaminar las narrativas inconscientes de modo tal que modifique su significado y su función. La retranscripción de las narrativas personales es crucial para el trabajo clínico. Psicoanalistas y otros profesionales de la salud mental actúan a menudo como público o editores, a veces incluso como autores, de las narrativas vitales de sus pacientes. En el análisis, las narrativas que previamente eran excluidas de la conciencia emergen en la interacción entre analizando y analista, y la calidad narrativa de las mismas se descubre sólo cuando el drama se representa, o incluso después. Los juicios en estas narrativas se emiten a menudo en el lenguaje de normalidad, patología o adecuación evolutiva, y en términos de lo bien que funcionen en la vida de los analizandos.

Los psicoanalistas tienden a infravalorar su influencia a la hora de moldear ideas de narrativas vitales satisfactorias. Las ideas filosóficas complejas, tales como el valor de la autenticidad (Taylor, 1991) o la importancia de la satisfacción sexual son abordadas con autoridad por los psicoanalistas, quienes enmarcan estas ideas como aspectos de la salud mental. Los analistas enmarcan comúnmente sus ideas como observaciones acerca del funcionamiento psicológico de los otros y no como descripciones de sus propias creencias. Cuando Erikson (1968) describió el papel central de la identidad en el bienestar psicológico, puso en marcha un movimiento que consideraba que una identidad personal satisfactoria era un derecho humano. Sin embargo, enmarcó su argumento a favor de la importancia de la identidad en términos que sugieren una observación desapasionada de la función psicológica más que una defensa apasionada, aunque esta última descripción parece encajar mejor con el estilo y el efecto de sus escritos. Los escritos psicoanalíticos sobre el deseo hacia personas del mismo sexo son a menudo polémicas disfrazadas, que emplean datos supuestamente establecidos de salud mental para defender o atacar la legitimidad de tales deseos.

Las comunidades psicoanalíticas y de salud mental han desempeñado papeles principales para moldear las narrativas personales asociadas con el deseo hacia personas del mismo sexo, emitiendo juicios sobre ellas, y relacionándolas con la cultura dominante. Los estudios que pretenden abordar las vidas de los gais a menudo pueden leerse igualmente como exploraciones de opiniones profesionales sobre el deseo hacia personas del mismo sexo (Cohler y Galatzer-Levy, 2000). Algunas narrativas culturales, tales como la novela familiar descrita por Freud, son suficientemente comunes como para que a muchos investigadores, incluido el propio Freud, les parecieran universales humanos. Otras narrativas culturales parecen cambiar más rápidamente, de modo que las generaciones que alcanzan la mayoría de edad en diversos momentos históricos normalmente comparten elementos importantes de sus historias personales (Davis, 1979; Plummer, 2001); Charmaz, 2001). Para los individuos y las comunidades algunos acontecimientos, tales como un trauma comunitario, transforman rápidamente las narrativas personales. La experiencia histórica compartida, tal como haber crecido durante la Gran Depresión, sobrevivir al Holocausto, alcanzar la mayoría de edad a finales de los 60 y principios de los 70, o ser adolescente durante la emergencia de las redes sociales, da lugar a elementos compartidos de la narrativa personal. Algunos de estos elementos son difíciles de entender para personas ajenas a la población que los comparte, y los miembros de esa población a menudo creen que su experiencia es incomprensible para quienes no la comparten con ellos. (La noción tan atribuida a los adolescentes: “Tú no me entiendes”, es, creemos, algo común entre miembros de distintas generaciones. Es más visible en la díada padres-adolescente debido a la necesidad de coordinar la vida en un entorno doméstico).

La transformación intergeneracional de las narrativas compartidas que rodean al deseo masculino por personas del mismo sexo –y, lo que es más importante, las narrativas de la respuesta de la sociedad a ese deseo- cambian rápidamente. Incluso personas de entornos similares suelen entender mal las narrativas con base histórica respectivas. Suponen que las narrativas del otro son fundamentalmente como las suyas, cuando no lo son. La suposición errónea de las narrativas compartidas puede dar lugar a confusión y dolor, especialmente en la situación analítica.

La confusión psicoanalítica más atroz acerca de los hombres que desean a otros hombres fue la creencia en una narrativa personal heterosexual normativa. Esta narrativa asume que el interés erótico más fuerte de una persona debe ser por el sexo opuesto. Las historias vitales que no se ajustan a esta explicación requieren, por tanto, una explicación. La visión de que existe una única narrativa vital normativa y que las dificultades para vivir según la misma se entienden como resultado de variaciones evolutivas maladaptativas ha sido una herramienta explicativa tan poderosa en manos de los analistas, especialmente en la práctica clínica, que nos resistimos a abandonarla, a pesar de las evidencias empíricas y las formulaciones teóricas basadas en dinámicas no lineales (ver Galatzer-Levy, 2004); Guastello, Koopmans y Pincus, 2009) que muestran claramente que intentar hacer encajar la amplia gama de historias vitales en un molde de estructuras estandarizadas distorsiona y confunde esas historias. Por ejemplo, la cuestión del origen –“¿Por qué es un hombre gay?”- nunca se plantea, según nuestra experiencia, de forma neutral, sino que casi siempre implica la cuestión de por qué en este caso el desarrollo se desvió de la heterosexualidad que era de esperar.

La corriente principal de clínicos psicoanalíticos ha abandonado con los años, al menos superficialmente, la idea de que el deseo por personas del mismo sexo es una desviación, algo indeseable y, por tanto, tratable. Sin embargo, los analistas parecen no haber aprendido, de la época en que la homosexualidad se consideraba patológica, que dar por hecho historias vitales normativas priva a la gente de la posibilidad de explorar historias y de suavizar el sentido de inevitabilidad que acompaña a cualquier narrativa vital normativa. Cuando los analistas adoptan esas narrativas a menudo eligen historias que son las preferidas, cultural o incluso políticamente, en su sociedad. Como resultado, el psicoanálisis puede contribuir con facilidad a la opresión social y ser un instrumento para la misma. Por ejemplo, el analista que asume que el culmen de la satisfacción erótica reside en relaciones duraderas, monógamas y procreadoras (es decir, el matrimonio) y, por tanto, apunta con facilidad que es indeseable la sexualidad promiscua, de la que muchos hombres gais participan, impone una visión socialmente normativa en los analizandos con tanta seguridad como sus predecesores patologizaron la homosexualidad[2].

Cuando revisamos nuestra experiencia clínica y en investigación, nos parece que hay un fallo común en cuanto a apreciar la medida en la que las actitudes del analista acerca de la normalidad y la patología (es decir, sobre las narrativas vitales deseables) se imponen al analizando, especialmente a aquellos cuyas preferencias sexuales son atípicas de algún modo. Es particularmente triste que algunas de estas imposiciones tengan lugar no solo fuera de la conciencia del analista, sino que a menudo son apoyadas y, en cierto grado, originadas por los intentos analíticos de entender mejor a los hombres con deseo por personas del mismo sexo mediante elaboraciones de teorías sobre ellos como grupo. Este problema puede ser severo cuando los analistas dan por hecho que los insights personales y clínicos tan arduamente logrados por su propia generación se aplican a grupos generacionales muy diferentes.

El poder de las diversas narrativas maestras, el esfuerzo del individuo por lidiar con ellas, y las respuestas que recibe de la sociedad (incluyendo los terapeutas) es enorme. Sabemos que las narrativas maestras del siglo XX en torno a los hombres que se sienten sexualmente atraídos por otros hombres no son intrínsecas a ese interés. Las categorías que éstas incorporan sólo han existido durante un breve período, incluso en Europa occidental. Tanto si se piensa en las muy citadas actitudes de los griegos (que, de hecho, como era de esperar, cambiaron y evolucionaron a lo largo de los siglos de la historia griega [Halperin, Winger y Zeitlin, 1990], para quienes la problemática del sexo tenía poco que ver con el sexo de la pareja, como en la actitud judeocristiana general hacia el sexo, que condenaba la actividad homoerótica y prácticamente todo el sexo extramarital, o la vasta colección antropológica de actitudes profundamente diversas hacia el deseo por personas del mismo sexo, llama la atención que las narrativas maestras del siglo XX no sean consecuencias inevitables de los deseos por personas del mismo sexo. De hecho, para Europa occidental y los Estados Unidos, el estudio histórico apoya la idea de que el sexo de la pareja emergió como factor importante en el significado de las actividades sexuales sólo al final del siglo XIX. A Oscar Wilde le cogió de improviso cuando se vio en el punto de mira de un cambio social radical que diferenciaba el deseo por personas del mismo sexo del libertinaje porque la distinción era muy repentina y novedosa (Ellman, 1988). El “amor que no se atreve a decir su nombre” de Wilde sufrió no tanto de un peligro asociado a usar términos referidos al deseo por personas del mismo sexo como por la ausencia absoluta de un término cotidiano en inglés con el que referirse a él.

Los analistas, sean gais, heteros, u otras variantes, aportan a la consulta narrativas conscientes e inconscientes sobre el deseo por personas del mismo sexo. Esto es inevitable puesto que los analistas no pueden evitar, como el resto de personas, ser moldeados por las narrativas sociales compartidas. Estas narrativas dependen mucho del momento histórico de su formación. El analista, que responde a las narrativas particularmente dañinas negándolas, está, sin embargo, en tanto la narrativa en cuestión implica a una clase de persona de cualquier tipo, involucrado en actividades cuyos términos están fijados por la narrativa social común. Exploremos algunos de los modos en los que las confusiones narrativas influyen en los procesos analíticos y terapéuticos.

Aunque alguna de las conductas descritas a continuación merezca ser criticada, nuestro objetivo primordial no es criticarla en retrospectiva, ni amonestar a algunos de nuestros colegas por no estar al día en los hallazgos de las investigaciones sobre el deseo por personas del mismo sexo. Más bien se trata de examinar las actitudes sociales y conceptualizaciones rápidamente cambiantes y cómo afectan a los esfuerzos terapéuticos psicodinámicos. Sería una simplificación excesiva e inadecuada atribuir lo que puede parecer un fallo profesional a la ignorancia o la patología personal. Pensamos que las situaciones que describimos se entienden mejor en términos de las dificultades que resultan de una apreciación inadecuada del impacto de la historia en los encuentros terapéuticos.

La salida del armario adolescente

Para muchos adolescentes, “salir del armario”, hablar a los demás de sus deseos por personas del mismo sexo, se considera un “asunto importante”. Se ha dedicado mucha investigación al tema (p. e. Savin, 1989; Herdt y Koff, 2000). Un aspecto sustancial del trabajo terapéutico con adolescentes gais solía focalizarse en ello, aunque nuestra impresión es que con la normalización del deseo por personas del mismo sexo la salida del armario se ha hecho menos difícil y complicada. Los padres continúan teniendo dificultades para manejar las declaraciones abiertas de la excitación con personas del mismo sexo, y a menudo lamentan no haberlo manejado mejor. Tyler Clementi era un joven gay que se suicidó saltando del Puente George Washington después de que su compañero de habitación difundiera en Internet un video de sus actividades sexuales con un hombre. Sus padres cargaron no sólo con el suicidio de su hijo, sino también con la culpa de que quizá no habían manejado muy bien su anuncio de que era gay (Zernike, 2012).

A menudo hay confusión entre salir del armario como gay y salir como persona sexual. Al trabajar con adolescentes gais, a menudo se abordan desde el punto de vista de las narrativas de salir del armario las cuestiones de qué y cuándo hablar con sus padres sobre el deseo sexual y cómo se integrará en la familia la sexualidad emergente del chico. En estas narrativas, a menudo apoyadas en la literatura profesional y popular, el adolescente se dibuja como teniendo que elegir entre intentar ocultar sus deseos por personas del mismo sexo o confrontar la supuesta respuesta homofóbica de la familia. En esta narrativa, permanecer en el armario supone ocultar con vergüenza los deseos por personas del mismo sexo, continuar en una mentira implícita puesto que los padres suponen la orientación heterosexual de uno, arriesgarse a una exposición repentina y dolorosa, y hacer elaborados esfuerzos por ocultar cualquier evidencia de deseo por personas del mismo sexo. Esta situación priva al chico del descubrimiento del posible apoyo y aceptación parentales. Sin embargo, salir del armario significa confrontar la respuesta negativa que se espera de los padres, cuya intensidad puede ir del desprecio moderado, la desaprobación y la reinterpretación de cualidades previamente admiradas a la hostilidad abierta, intentos de cura e, incluso, expulsión de la familia. Los padres, con grados diversos de familiaridad con esta narrativa, pueden actuar su rol asignado en la misma o preocuparse por comunicarle actitudes erróneas a su hijo. La Sra. Clementi, por ejemplo, vive con la idea de que sus preguntas contribuyeron al suicidio de su hijo. La narrativa de salida del armario recibida es una narrativa de crisis.

Podríamos decir que es probable que esta narrativa, basada en los años 80 según nuestra experiencia clínica confunda en lugar de auxiliar al terapeuta para ayudar a los chicos a informar explícitamente a sus padres de su interés por personas de su mismo sexo. En nuestra sociedad, los niños normalmente no informan a sus padres de los particulares de sus intereses sexuales, y la mayoría de las familias se las apañan bien expurgando en silencio los detalles de las vidas sexuales de sus hijos. En las familias urbanas de clase media, los padres que se preocupan por la seguridad de sus hijos en cuanto a enfermedades o embarazo a menudo son reasegurados por la respuesta irritada de sus hijos de que eso ya se lo han explicado en el colegio. En las familias socialmente conservadoras, donde se da por hecho la desaprobación parental de cualquier cosa explícitamente sexual, la discusión de los particulares del sexo es innecesaria puesto que las opiniones de los padres acerca del sexo son conocidas. Por supuesto, es útil para la vida familiar que los padres sean conscientes de la dirección de los intereses sexuales de su hijo, y es útil para el niño ser libre de no ocultar la naturaleza de sus intereses. Pero lograr estos objetivos no implica necesariamente la puesta en acto de escenas dramáticas que sugieren las historias de salida del armario. Los terapeutas consultados acerca de estas situaciones pueden ser más útiles si intentan entender la dinámica familiar en lugar de suponer que saben cómo será informar a los padres.

Viñeta clínica. Para todas las viñetas de este artículo es importante el momento en que se produjeron. Lo siguiente sucedió en los años iniciales del nuevo siglo. A los 16 años, Justin, hijo de un padre mayor y adinerado y una madre de mediana edad, informó a sus padres de que era gay. Su madre se sintió un poco desconcertada en cuanto a qué se suponía que debía hacer con esta información, pero su padre se preocupó y estaba ansioso por conseguirle a Justin “la ayuda que necesitaba”, puesto que el modo en que el chico lo anunció parecía indicar que “existía un problema real”. Una búsqueda en internet llevó al padre a la página web de un terapeuta de “conversión” que combinaba las enseñanzas cristianas con una teoría psicodinámica de la ausencia paternal para ofrecer una cura para la homosexualidad. La misma búsqueda llevó al padre a un psicoanalista con un prestigioso puesto académico que había escrito sobre adolescentes gais. Estos profesionales de la salud mental le ofrecieron al padre dos recomendaciones diametralmente opuestas, pero el analista se tomó la molestia de explorar la cuestión con cierta profundidad. Vio que el padre en realidad había estado muy ausente mientras su hijo crecía y que se sentía enormemente culpable por ello. El padre creía firmemente que había dañado a su hijo con su ausencia, una creencia reforzada por las quejas perpetuas de su mujer y su hijo. El analista logró trabajar con la familia planteando en primer lugar que no había urgencia; no era probable que la orientación sexual de Justin se viera influenciada en un sentido o en otro por pasar unos meses pensando en la situación y que tratarlo como una crisis sólo haría las cosas más difíciles. Eliminando así el elemento de crisis de la narrativa de salir del armario, el analista dio a la familia tiempo para darse cuenta de que su principal problema tenía poco que ver con los intereses sexuales de Justin y mucho con la culpa del padre por haber estado lejos. El reconocimiento del analista de que la familia estaba atrapada en una narrativa que no funcionaba bien para ello, una narrativa que encajaba mejor con una época diferente, les permitió encontrar un modo de proceder.

Malinterpretar el papel del deseo por personas del mismo sexo en la vida cotidiana del analizando

Los hombres gais a menudo buscan terapeutas de los que pueden confiar en que no los tratarán mal. Sea a través de una clínica al servicio de la comunidad gay, buscando un terapeuta que sea abiertamente gay, o encontrando a un terapeuta que, por otras razones, no parezca probable que sea hostil hacia la potencial sexualidad del paciente, la mayoría de los hombres gais comunican, con gran razón, que la actitud del terapeuta hacia su sexualidad es un tema de importancia considerable, aun cuando los temas sexuales desempeñen un papel pequeño en el problema por el cual buscan ayuda. Paradójicamente, esta búsqueda de terapeutas amigables con los gais significa que los hombres gay a menudo se ven en un contexto que sugiere que la sexualidad es un tema central aun cuando no lo sea. Esto contribuye a que los terapeutas se centren en temas asociados con el deseo por personas del mismo sexo e invita a suposiciones cuestionables sobre la centralidad y el significado de ese deseo para el trabajo. Una discordancia entre las ideas del terapeuta sobre el papel del deseo por personas del mismo sexo en la vida del paciente y el lugar real de ese deseo puede complicar la terapia. Al igual que el momento histórico moldea la narrativa vital de los pacientes, también influye en el contexto en el que buscan tratamiento y las narrativas que son aceptables para los terapeutas. El siguiente caso ilustra alguna de estas complejidades.

Viñeta clínica. A los 78 años, Michael buscó terapia mediante una clínica para hombres gais. Estaba terriblemente solo. Había sido parte de un grupo de jóvenes de un entorno de clase trabajadora que fueron a la Segunda Guerra Mundial. Desde hacía mucho sabía que se sentía sexualmente atraído por los hombres y no por las mujeres. Cuando era adolescente se había formado, con facilidad, la opinión racional de que era más sensato guardarse sus intereses para sí mismo. Sus experiencias sexuales antes de la etapa militar se limitaban a escasos episodios en los otros hombres y chicos lo abordaron sexualmente cuando estaba haciendo autoestop. Lector voraz, asumió que algún día encontraría un entorno en el que su deseo por los hombres fuera menos problemático. Al igual que muchos hombres con deseo por otros hombres, descubrió no sólo que había una comunidad de hombres como él en el ejército, sino que muchos de ellos vivían en grandes ciudades donde encontraban con facilidad comunidades homosexuales. Usando el G.I. Bill* completó la universidad e hizo un máster en biblioteconomía que dio lugar a un trabajo en la biblioteca universitaria. Era una profesión que disfrutaba enormemente. Se mudó a un vecindario donde vivían muchos jóvenes homosexuales y encontró compañeros sexuales, pero, lo que era más importante en retrospectiva, encontró un grupo de amigos ingeniosos y cultos, muchos de los cuales compartían su recientemente descubierto amor por la ópera. Tuvo algunas relaciones íntimas y luego, sin mucha fanfarria, se mudó a vivir con un hombre que fue su compañero durante 45 años, hasta que murió de un ataque al corazón, tres años antes de que Michael acudiera en busca de tratamiento.

Michael nunca enfrentó a su familia a su orientación sexual. Su extensa familia católica y religiosamente conservadora aceptaba su estatus de “solterón”, nunca comentaba nada sobre la estabilidad de la situación de su “compañero de piso” y, de forma consistente con su actitud general, las funciones sexuales y corporales de cualquier tipo no era un tema de conversación. La cuestión de la sexualidad de Michael simplemente nunca se planteó.

Según fueron pasando los años, Michael disfrutaba de relaciones especialmente cálidas con una serie de sobrinos y sobrinas y consideraba que tenía muchas de las ventajas de la parentalidad, con pocos de sus inconvenientes. No le parecía especialmente difícil la evitación que rodeaba a su orientación sexual; la veía como parte de la hipocresía aparentemente benigna en torno al sexo que permeaba a su familia y a la comunidad en la que creció.

La vida de Michael no era distinta de la de muchos hombres gais de su generación (Brown, 2003; Vidal, 1948). Aunque limitada en sentidos importantes por las actitudes sociales hostiles al deseo por personas del mismo sexo, Michael tenía una vida rica que incluía el amor íntimo, un trabajo satisfactorio, buenos amigos, placer estético y familia.

Michael fue referido a un terapeuta masculino gay, candidato en un instituto psicoanalítico al final de su veintena. El terapeuta había sufrido mucho de niño siendo objeto de acoso por su orientación sexual. Tras grandes problemas internos, había hecho pública su condición a su familia y sus amigos. El terapeuta, aunque se esforzaba extremadamente por conseguirlo, aún no había hallado un modo satisfactorio de vivir como un hombre gay, pero creía firmemente (en gran medida debido a su experiencia en su propia terapia) que luchar contra la homofobia internalizada y la externa era el camino hacia la salud mental para los hombres gais. Era evidente que Michael quería hablar y hacer el duelo por un mundo moribundo de otros esenciales que le habían dado tanto placer a lo largo de su vida. Las enfermedades de la edad avanzada -ataques al corazón, apoplejías, y el cáncer- se habían llevado a muchos de sus amigos. Algunos, de modo muy conmovedor, padecían demencia. Ninguno de ellos tenía SIDA. Al igual que mucha gente que usa la terapia para hacer el duelo por una pérdida profunda, Michael buscaba contarle a su terapeuta historias sobre el mundo en el que había vivido y, por supuesto, especialmente sobre su amante.

Aunque fue lo suficientemente sofisticado como para reconocer el duelo como un tema psicológico central, el terapeuta malinterpretó reiteradamente la situación de Michael basándose en su propia experiencia vital. La maravillosa comunidad en la que Michael había vivido la mayor parte de su vida adulta era, para el terapeuta, un gueto gay. Las muertes que Michael había experimentado eran comparadas permanentemente con las muertes de los amigos y conocidos del terapeuta que habían fallecido por el SIDA. La familia amorosa e idealizada de Michael era considerada como un ramillete de homófobos hipócritas.

Una secuencia regular de intercambios entre Michael y su terapeuta se mostraron en supervisión con un analista, aunque el terapeuta tenía gran dificultad en apreciarlos cuando se producían. Michael contaba una historia sobre uno de sus amigos, y el terapeuta le respondía explicándole cuánto más satisfactoria habría sido su historia si el amigo hubiera sido abierto en cuanto a su orientación sexual. Los demás elementos de la historia obtenían escasos comentarios. Las descripciones que Michael hacía de la enfermedad o de las escenas de lechos de muerte invariablemente traían a la memoria imágenes de amigos del terapeuta que tenían SIDA o que habían muerto por ello. El terapeuta sentía a menudo que Michael era poco razonable y autoindulgente en sus intensas respuestas emocionales porque el terapeuta había vivido cosas que le parecía que eran mucho peores. El que Michael hablase de hombres mayores que morían en lo que al terapeuta le parecía una edad adecuada, no conseguía conmover a éste. Lo más problemático era la denigración más o menos consciente que el terapeuta hacía de la solución que muchos homosexuales que crecieron en los años 40 hallaron para vivir en un mundo heterosexual.

Confrontado con esta conducta, que el terapeuta reconoció que estaba interfiriendo en el tratamiento tan necesitado por el paciente, el terapeuta llevó el problema a su propio análisis, donde por primera vez pudo explorar la función defensiva de su insistente posición relativa a la liberación gay y ver cómo esa posición reflejaba una elaboración aún incompleta de su actitud hacia sus propios deseos. El propio desarrollo del terapeuta era estimulado de forma importante por este encuentro terapéutico. Al mismo tiempo, el trabajo analítico le permitió focalizarse en las preocupaciones del paciente, que no eran sobre la homosexualidad o cómo ajustarse a la sociedad, temas en los que el paciente había llegado esencialmente más allá de la ambivalencia.

Por supuesto, no es infrecuente que cuando terapeutas y pacientes sean de edades marcadamente diferentes, surjan las transferencias consonantes con esa diferencia. No es sorprendente que un terapeuta joven pueda considerar que la muerte de personas lo suficientemente mayores como para ser sus abuelos no es traumática ni sorprendente. Ni es sorprendente que a un terapeuta pueda resultarle difícil ser empático con alguien cuyas operaciones defensivas autoprotectoras sean diferentes de las suyas. Esta viñeta ilustra una forma particular del problema que surge cuando aspectos importantes de la visión que el terapeuta tiene del mundo se ven desafiados por un paciente cuyas soluciones de toda la vida a las dificultades son radicalmente diferentes de las suyas. Los modos rápidamente cambiantes en los que los hombres que desean sexo con otros hombres han abordado este deseo significan que es especialmente probable que los desafíos intergeneracionales que surgen cuando el terapeuta y el paciente provienen de distintos generaciones son especialmente significativos en la terapia de los hombres gais.

Si, como ha sugerido Cohler (2007), los grupos generacionales de hombres gais experimentan la misma orientación sexual de maneras muy diferentes, no es sorprendente que surgen graves malentendidos entre generaciones. En un contexto terapéutico estos malentendidos pueden dar lugar a terapias en impasse o ser un acicate para el desarrollo tanto del terapeuta como del paciente.

Abuso

Varias generaciones de hombres gais fueron expuestos a terapias de conversión equivocadas, cuyos rasgos abusivos han sido bien documentados. Existen trágicas características generacionales comunes entre los hombres gais que intentaron curas populares en diversos momentos históricos (ver, por ej., Duberman, 1991). Los hombres gais que más adelante buscan psicoanálisis o psicoterapia deben lidiar no sólo con su propia respuesta al tratamiento previo, sino también con los sentimientos del terapeuta, con frecuencia intensos, al respecto. Cuando los pacientes se ven expuestos a un tratamiento pobre, la reacción de rabia del nuevo terapeuta y otras respuestas suelen interferir con entender la experiencia individual del paciente (Celenza, 2007). El no conseguir apreciar el contexto histórico en el que estas terapias tuvieron lugar puede llevar a malinterpretar la experiencia del paciente. Los lectores de la descripción que Richard Isay hace de su análisis (1989) a menudo se sienten desconcertados de que este hombre inteligente lo aceptara. El asombro se reduce cuando uno entiende lo importante que era para Isay ser aceptado en la comunidad psicoanalítica en el momento de ese análisis. El ejemplo extremo que se discute más abajo apunta a un tipo común de mal entendimiento de las terapias anteriores que sucede cuando el momento histórico no se tiene en cuenta.

Muchos analistas ahora creen que los intentos de convertir la dirección del deseo sexual son inherentemente abusivos. De hecho, las terapias de conversión, que a menudo parecen ser practicadas por hombres que tienen conflictos con sus propios deseos por personas del mismo sexo, parecen acarrear un riesgo particular de abuso sexual manifiesto. La teoría que hay tras muchas de estas terapias es que los hombres gais a menudo están poniendo en acto una búsqueda de relaciones íntimas con padres que no estuvieron disponibles para ellos de niños. Los actos sexuales con hombres se consideran materializaciones simbólicas de este intento. En tanto esta historia parece creíble para aquellos que practican dichas terapias (a menudo hombres que a su vez han pasado por tratamientos basados en esta idea), es muy probable que permanezca viva la fantasía de que la intimidad física con otro hombre pueda proveer la masculinidad perdida (y, por tanto, la heterosexualidad) y que salte a la palestra en tanto ellos intentan proveer de masculinidad a sus pacientes.

Viñeta clínica: Ahora en mitad de la cincuentena, Jerry acudió en busca de tratamiento porque nunca había desarrollado una identidad profesional ni una actitud satisfactoria hacia el trabajo. Mantenía una relación duradera y generalmente satisfactoria con un hombre de su edad, pero lo consideraba como un sustituto de segunda clase de una relación “real”, es decir, una moldeada según los matrimonios heterosexuales normativamente concebidos. Jerry quería alguien con quien hablar, pero había sido reticente a buscar tratamiento a causa de dos experiencias terapéuticas cuando tenía veintipocos años (mediados y finales de los años 70).

Cuando Jerry tenía 20 años fue a ver a un psiquiatra, el Dr. W, con la intención de obtener un informe certificando su homosexualidad de modo que pudiera ser exento del llamamiento a filas. Se sentía avergonzado de haber usado así su orientación sexual. Se oponía a la guerra de Vietnam y le habría gustado posicionarse contra ella. También estaba comprometido con la liberación gay. Evitar el reclutamiento aceptando implícitamente que la homosexualidad lo incapacitaba para el servicio militar le parecía contrario a una actitud gay orgullosa. El psiquiatra, un psicoanalista, le dio el informe sin problemas, pero Jerry se dio cuenta en las entrevistas que se requirieron de que le gustaba el psiquiatra y de que sentía que podía hablar con él de un modo que era nuevo para él.

Jerry era el más joven de cinco hermanos de una familia de clase trabajadora en la que los logros deportivos eran el culmen del éxito. Él era físicamente torpe. Jugar a atraparse con sus hermanos y su padre era terrorífico. Cuando era un adolescente, se sentía marginado por ellos. Sus amistades eran exclusivamente con chicas, y sus intereses eran el arte y la música. Cuando era adolescente, a menudo fantaseaba con un amigo masculino a quien le gustase y que lo apreciase y en cierto modo vago lo “enseñase como ser un hombre”. Las fantasías homoeróticas se limitaban a una apreciación estética de los hombres musculosos, y al igual que en los pacientes descritos por Phillips (2001), la masturbación de Jerry estaba muy inhibida.

Al final de la evaluación, el Dr. W le preguntó a Jerry si le gustaría tener “ayuda con sus problemas” y Jerry, que reconocía más o menos conscientemente en el Dr. W al hombre masculino fantaseado que lo apreciase, estuvo inmediatamente de acuerdo en entrar en una psicoterapia de dos sesiones semanales. El Dr. W le dijo a Jerry que probablemente estaba incómodo “con su pene”. Según Jerry, este tema se elaboró durante varios meses, puesto que su terapeuta lo instó a mostrarse durante las sesiones, y luego a masturbarse mientras el terapeuta miraba; finalmente progresaron a episodios en los cuales el terapeuta masturbaba a Jerry. Años después, Jerry recordaba este periodo de la terapia como que mejoró su autoestima y dio lugar a relaciones sexuales extraterapéuticas con otros hombres que por primera vez no eran vividas como algo vergonzante y furtivo. A Jerry lo gratificaba particularmente que su terapeuta comentara lo grande que tenía el pene.

Con el tiempo, la teoría del terapeuta cambió. Ahora enfatizaba el deseo de Jerry de “internalizar un hombre real”. El terapeuta dijo que la hostilidad de su padre y sus hermanos había interferido con que Jerry los internalizara. Interpretó el deseo de Jerry de hacer felaciones a otros hombres como un acto de incorporación y dijo que él estaba disponible para “ofrecerle a Jerry el pene que siempre había deseado”. Al contrario de lo que había sucedido con interpretaciones anteriores, estas ideas no resonaron con los pensamientos conscientes de Jerry. El terapeuta no le parecía físicamente atractivo, y cuando el órgano supuestamente mágico se reveló, Jerry no se sintió impresionado, un pensamiento que, por supuesto, no verbalizó. El terapeuta, que anteriormente había descrito la homosexualidad como saludable, sugería cada vez más que con un mayor sentimiento de masculinidad que se lograría mediante los actos sexuales con el terapeuta, Jerry podría volverse heterosexual. Para empeorar aún más las cosas, era evidente para Jerry que su terapeuta estaba mucho más excitado sexualmente por estas experiencias de lo que lo estaba él; de hecho, tras un tiempo, cuando el terapeuta presionó para tener más actividad sexual, Jerry tuvo dificultades por primera vez para tener erecciones. Cuando confrontó al terapeuta preguntándole si esta conducta era ética, se le dijo que el terapeuta pensaba en ello como algo poco convencional y creativo, pero en realidad “técnicamente” no era ético.

Finalmente, Jerry buscó consulta con un analista famoso a nivel nacional que era abiertamente gay y que le dijo que la conducta del terapeuta no sólo no era ética, sino que era abusiva. Jerry fue referido a un terapeuta masculino gay que era firme en su opinión de que este analista no sólo tenía razón, sino que sería bueno para Jerry, y para todos los gais en general, que Jerry “hiciera frente” a su abusador denunciándolo. Jerry era reticente a ello porque pensaba que su terapeuta anterior había actuado de buena fe y no merecía ser castigado. Su nuevo terapeuta hizo muchas interpretaciones de la reticencia de Jerry, centrándose en las inhibiciones de la agresión saludable. Le dijo que hacer frente a la opresión era necesario para la salud mental individual. En retrospectiva, Jerry se dio cuenta de que la experiencia con su nuevo terapeuta era llamativamente similar a la que tuvo con su primer terapeuta. Era muy alentado a emprender acciones hacia las que se sentía ambivalente, y su reticencia se interpretaba exclusivamente como resistencia o psicopatología. Al igual que su primer terapeuta, el nuevo terapeuta de Jerry parecía estar cada vez más entusiasmado según empujaba a Jerry a la acción. Finalmente, Jerry se enfadó con el terapeuta, y le dijo que estaba más interesado en la ética y en los derechos de los gais que en Jerry, y abandonó.

Las experiencias combinadas dejaron a Jerry con la sensación de que nadie, y especialmente ningún terapeuta, hablaría con él sobre lo que le preocupaba, que todos le aplicarían “principios generales” sobre los hombres gais, y que en un sentido u otro tratarían de explotarlo para que pusiera en acción esos principios. Eran como los hombres de su familia, respondiéndole sobre la base de estereotipos.

Ahora en busca de terapia tras una interrupción de 32 años, Jerry se veía, junto con su terapeuta, en un dilema. Ambos entendían el temor de Jerry a que el terapeuta se centrase en el interés del mismo por el impacto del abuso en los pacientes de psicoterapia. A Jerry lo preocupaba que las conversaciones sobre ese tema pudieran evolucionar hacia una repetición de experiencias previas, en las que él sirviera como “conejillo de indias terapéutico en la investigación sobre el abuso de terapeutas”. Es más, Jerry insistió en que aunque estaba enfadado con ambos terapeutas, pensaba que ninguno de ellos había sido abusivo. Como le explicó a esta tercera terapeuta, una mujer 20 años más joven que él, “Tenías que estar ahí. Eran los 60”[3]. Jerry pensaba que ambos hombres estaban atrapados en su época. Su primer terapeuta creía en la magia de los actos sexuales y la liberación sexual que era central para la cultura alternativa de la época. El segundo estaba comprometido con la indignación social que apoyaba los movimientos de liberación. Esto no significaba que no hubiera sido herido por la conducta de ambos hombres y que no necesitara hacer un duelo por la oportunidad perdida de desarrollo que los terapeutas debieran haberle ofrecido, pero Jerry entendía, pensamos que con razón, que lo que le pasó y cómo él participó en estas terapias destructivas sólo podía entenderse reconociendo el contexto histórico en el que tuvieron lugar.

Los tratamientos de Jerry estaban profundamente moldeados por el momento histórico en que se iniciaron, en concreto, por las ideas prevalentes entonces sobre los hombres gais, el lugar de la sexualidad en la terapia, y el abuso del terapeuta. En retrospectiva, está claro que compartía la experiencia central (descrita también por Duberman e Isay) de que en lugar de ser tratado como una persona que requería atención y respeto por derecho propio, aceptó el tratamiento centrado en la noción de lo que era problemático para él y por qué lo preocupaba. La opinión, entonces común, de que las teorías sobre grupos de personas superan a la información de los pacientes individuales moldeaba tanto las acciones de los terapeutas como la aceptación de dichas acciones por parte de los pacientes.

La rabia narcisista en el momento histórico

Un tema recurrente en la primera literatura psicoanalítica sobre los hombres gais tiene que ver con la rabia y su relación con la orientación sexual. Esta rabia no sólo la albergan o la expresan los pacientes gais; también se encuentra en sus analistas, quienes se sienten empujados a describir a sus pacientes con un lenguaje llamativamente hostil y degradante. El libro de Edmind Bergler (1956) Homosexualidad: ¿enfermedad o modo de vida? puede leerse como libro sobre la rabia, la del analizando y la de Bergler. En un momento en que la etiqueta “pregenital” se consideraba normalmente sinónimo de “psicótico”, Bergler describía a sus pacientes homosexuales como que sufrían un trastorno pregenital de un modo tal que daba a la frase “reina viciosa” una nueva dimensión. Bergler no contemplaba que la rabia de sus pacientes pudiera emanar de otra fuente que no fuera su carácter esencial o que pudiera hacerse especialmente evidente como respuesta a su desprecio. Ni se le ocurrió que la rabia de sus pacientes pudiera resultar de haber sido tan menospreciados por sus intereses eróticos que estaban deseando someterse a psicoanálisis para librarse de una fuente potencial de gran placer, su deseo por personas del mismo sexo. Sin embargo, parece que al contrario que algunos analistas de hombres gais, como Charles Socarides (1969, 1978, 1989), quien claramente inventó alguno de sus supuestos datos, Bergler parece haber reportado minuciosamente sus experiencias clínicas.

La comprensión psicoanalítica de la conexión entre la rabia y el deseo por personas del mismo sexo no ha llegado muy lejos. Analistas como Bergler creían que la rabia subyacente era un motivador importante de la orientación sexual y entendían las manifestaciones de hostilidad en el análisis de pacientes gais masculinos como una continuación de la hostilidad de las etapas tempranas de su vida. Otros autores, como Isay (1987, 1989), atribuían esta rabia a las frustraciones particulares del periodo edípico de los chicos gais en el que el rechazo homofóbico por parte del padre del interés erótico de su hijo hizo el periodo edípico aún más frustrante de lo que lo es para el niño heterosexual.

Nuestra experiencia clínica sugiere una comprensión alternativa basada en el concepto de la rabia narcisista (Kohut, 1972) como una respuesta al fracaso de los otros esenciales en proveer las funciones de objeto del self necesarias para sostener el sentimiento de un self vigoroso y coherente. Las ideas de Kohut son paralelas a las de Franz Fanon (1961; McCulloch, 2002) en cuanto a la comprensión del papel de la rabia en la psicología de los grupos oprimidos. Aunque no habría respaldado la recomendación que Fanon hace de la violencia como un medio para restablecer un self coherente, Kohut podría entender fácilmente cómo la violencia parece una solución adecuada a la experiencia subjetiva de la rabia, la incoherencia y la desvitalización asociadas con un entorno insensible que confrontaba a la gente con cualquier aspecto atípico en cuanto al género durante la mayor parte del siglo XX en los Estados Unidos (Cohler y Galatzer-Levy, 1996).

Viñeta clínica. Uno de nosotros ha descrito el análisis exitoso de hombre gay que padecía un trastorno del self (Galatzer-Levy, 2001). El análisis, que tuvo lugar a principios de la década de los 90 en un entorno urbano favorable a los gais, ayudó al paciente a avanzar de un sentimiento crónico de ineptitud personal a un compromiso amplio con la vida, incluyendo el trabajo, diversos intereses culturales y una relación íntima con un hombre. Lo único problemático en cuanto a su sexualidad era que intentaba utilizar el sexo como un medio para encontrar suministros narcisistas, y que temía no ser respetado si sus colegas profesionales heterosexuales se daban cuenta de su deseo por personas del mismo sexo.

Sin embargo, a medida que el analizando fue encontrándose mejor consigo mismo y empezó a tener relaciones satisfactorias con otros hombres, se fue volviendo cada vez más hostil con el analista, que era 25 años mayor que él. La hostilidad se expresaba a menudo en términos sexuales. Empezó hablando de la diversión sexual salvaje que tenía y la comparaba desfavorablemente con la supuestamente aburrida vida sexual de su analista heterosexual. Describía con orgullo encuentros sexuales multiorgásmicos, algo que estaba seguro de que su analista no podía experimentar. Cuando él y su compañero compraron una casa de campo para las vacaciones, a menudo tenían sexo al aire libre con la fantasía de que la joven pareja heterosexual que vivía al lado los viera y se sintieran impactados, una fantasía que se entendía que implicaba un desplazamiento de la transferencia analítica, entre otras cosas. Todo esto continuó mientras el analizando expresaba una gran gratitud hacia el analista, de quien sentía que le había salvado la vida.

La hostilidad era más desconcertante porque el analizando había experimentado poco desprecio directamente relacionado con la sexualidad. En ciertos sentidos, había sido un joven de género atípico, pero su entorno era uno en el que nunca lo pasó mal por esto y, de hecho, se sentía apreciado. Nunca había experimentado directamente hostilidad hacia los hombres gais. Finalmente se hizo evidente que, como hacía en otras áreas, el analizando estaba representando temas no sexuales en un escenario erótico. Envidiaba la ecuanimidad de su analista. El modo en que el analista parecía capaz de tomarse las cosas con calma le había resultado sumamente útil. La idea de que el analista tuviera capacidades que él no tenía lo incomodaba y lo enfurecía.

Pensamos que la rabia narcisista de diversos grados es un tema común a muchos análisis. A menudo surge como un aspecto de la envidia (Klein, 1957). Gran parte de la rabia narcisista crónica de este hombre se representaba en el escenario de actitudes contra individuos heterosexuales, fueran hombres o mujeres. Disfrutaba de las conversaciones con sus amigos gais en las que los heterosexuales se reducían a “reproductores” y el desprecio y el miedo se suprimían en la imagen de “la temida heterosexualidad” (“the dreaded het”). Para las generaciones de hombres gais que crecieron en condiciones opresivas, la rabia narcisista a menudo se entrelazaba íntimamente con cuestiones de sexualidad. Muchos de ellos han experimentado ataques injuriosos horribles y rechazo por parte de una gama de personas a quienes les angustiaba el deseo por personas del mismo sexo y otras atipicalidades del género. Pero los hombres que no necesariamente habían sufrido ese tratamiento llegaron a un mundo gay con un vocabulario y conjunto de actitudes maravillosamente desarrollados, apropiados para la expresión de la rabia narcisista, cualquiera que sea su origen. Sea esta rabia originada en los fracasos de los objetos del self no relacionados con la sexualidad, o en los fracasos en responder a la atipicidad de género del chico gay, el contexto de una sociedad opresiva ofrece una oportunidad perfecta para la expresión de la rabia narcisista que aparece luego en el campo de la orientación sexual. El rebelde había encontrado una causa.

En otras palabras, esta rabia narcisista del analizando, que básicamente tenía poco que ver con sus intereses sexuales, encontró una ruta para la expresión parcialmente disfrazada dentro del grupo urbano de hombres gais en los años 90. Se hizo con el momento histórico para construir una defensa en contra del reconocimiento de la naturaleza y el origen de su rabia narcisista crónica, que se originó en la envidia de aquellos, incluyendo a su analista, que estaban más capacitados para regular sus estados emocionales. No reconocer la especificidad del momento histórico, un momento en que la retórica de la rabia por la opresión permanecía fácilmente disponible pero no se aplicaba directamente a la experiencia de hombres como este analizando, podría haber llevado el análisis por un camino que omitiera un problema central.

Este caso apunta a otro aspecto del tema del momento histórico. Las personas que viven en la misma época a menudo no están en el mismo momento histórico. El analizando descrito aquí tuvo la suerte de haber crecido en un mundo en que el deseo por personas del mismo sexo era un tema que preocupaba poco. Sin embargo, tenía muchos coetáneos, que vivían en la misma ciudad, en vecindarios cercanos al suyo, que experimentaron directamente una persecución continuada y psicológicamente demoledora. El momento histórico no es un momento en el tiempo. Es una experiencia vital histórica y socialmente determinada que varía dramáticamente entre pequeñas distancias geográficas y breves espacios de tiempo.

El deseo por personas del mismo sexo como crítica social

Otro aspecto de la asociación de la rabia y el deseo por personas del mismo sexo se hace evidente en la crítica masiva de los valores heteronormativos a finales del siglo XX. La mera existencia, o al menos la conciencia de la existencia, de un grupo de personas que difieren del estereotipo cultural normativo –sea por color, género, religión, opiniones políticas o sexualidad- perturba ese estereotipo. La conciencia misma de que algunos hombres desean sexualmente a otros hombres de forma consciente se vive comúnmente como una amenaza a la heteronormatividad y da lugar a esfuerzos por arrasar esa conciencia por medios que varían de una simple negación al asesinato de hombres que tienen tales deseos. El hombre que deja que se sepa que desea a otros hombres, automáticamente se ve envuelto en un acto de crítica social. Además, en tanto los modos de vida de algunas comunidades de hombres que desean sexualmente a otros hombres difieren de los de la cultura dominante, esos modos de vida constituyen una crítica social. Por ejemplo, en tanto la cultura homosexual y gay de la última mitad del siglo XX adoptaba el placer erótico hedonista como valor central, señalaba las limitaciones y constricciones en la demanda heteronómica de que esos placeres estuvieran limitados a las relaciones comprometidas y a la afirmación de que la relación sexual vaginal debía ser el culmen de la satisfacción sexual.

Al igual que los miembros de otros grupos no dominantes, muchos hombres que desean sexo con otros hombres han intentado minimizar la perturbación que el mero hecho de su existencia puede provocar ocultando su sexualidad o intentando convencer a la sociedad de que su sexualidad no tiene por qué ser perturbadora. Pero al igual que los miembros de otros grupos no dominantes, algunos de ellos han elegido adoptar activamente el papel de crítica social que se les ha impuesto por la fuerza por la naturaleza transgresora de sus deseos (ver, por ej., Hooks, 1994). Aunque con frecuencia enmascarada parcialmente por un humor autodenigrante, y ciertamente en continuidad y relacionada con la crítica implícita en las actividades de travestismo (Garber, 1992), la crítica hostil y divertida de los gais masculinos a los valores dominantes, fue prominente en la expresión cultural de la última mitad del siglo XX en los Estados Unidos. Así, en las películas de Andy Warhol, los afeminados, travestidos y la prostitución ofrecían una crítica deconstructiva brillante y devastadora del género y la sexualidad en la sociedad dominante.

Una larga tradición vincula el deseo por personas del mismo sexo con una crítica de valores los valores e ideas heteronormativos. La realidad del deseo por personas del mismo sexo es en sí misma perturbadora para la idea de la normalidad de la heterosexualidad y sus instituciones, de modo que la existencia visible de dicho deseo desestabiliza a una visión del mundo heterosexual. Tal vez en respuesta a la opresión, tal vez por la rabia narcisista transformada del tipo que hemos descrito más arriba, y tal vez simplemente porque ven el mundo social a través de una lente distintiva, los hombres que desean tener sexo con otros hombres a menudo han ocupado el papel de críticos sociales. A menudo han ido más allá de simplemente existir para perturbar visiblemente a la sociedad mediante la parodia de los estereotipos heterosexuales de género y de los roles de género. Apoyar esta afirmación adecuadamente excedería con mucho el propósito de este artículo, pero recordamos al lector que la parodia crítica de las normas heterosexuales asociada con el deseo por personas del mismo sexo aparece repetidamente desde la obra de Platón, pasando por los escritos de Petronio, las obras de Oscar Wilde, el cabaret gay, y puede verse hoy en día en los desfiles del orgullo gay. El movimiento de liberación gay recibe ese nombre adecuadamente, no sólo porque pretende liberar el deseo por personas del mismo sexo, sino porque, en gran parte, difiere de otros movimientos de liberación en la medida en que el humor, la burla y la alegría han sido cruciales en él.

La adopción del papel de críticos sociales por los hombres sexualmente interesados en otros hombres ha variado enormemente a través del tiempo. Muchos hombres gais que han alcanzado la mayoría de edad en las dos últimas décadas, lejos de desear criticar las normas del matrimonio y la familia, esperan adoptar esas normas y vivir según ellas. Cada vez más, la visión de la salud mental de los gais maduros está dominada por una relación estable, íntima y monógama con un compañero de vida, centrándose en el hogar y los niños, en la que el lugar de trabajo y las relaciones sociales no maritales no se distinguen de las de los heterosexuales. Sean cuales sean las ventajas de esta posición, discrepa dramáticamente de los valores de un grupo de hombres que deliberadamente enfurecían a la sociedad dominante. Algunos de ellos, como Quentin Crisp, prosperaron antes de la Segunda Guerra Mundial, pero este aspecto de la cultura gay se hizo prominente en los años 60 y 70. Un grupo importante de hombres gais consideraban que su papel como críticos sociales estaba íntimamente vinculado con su deseo sexual.

Los encuentros con estos individuos pueden ser confusos para quienes no estén familiarizados con ellos, porque la misma crítica agresiva que se dirige hacia la comunidad dominante se dirige también a las personas gais, incluidos ellos mismos, de modo que este estilo a veces se confunde con la devaluación autodespreciativa[4].

La extensa crítica de la sociedad más numerosa y el humor relacionado que emergía de la experiencia es el tema del orgullo justificable de muchos hombres gais que se hicieron mayores de edad en los años 60 y 70. Estos hombres, que en muchos sentidos revolucionaron la cultura americana mediante la burla y la risa y que usaron su experiencia personal de opresión para ayudar a crear una teoría clara de la sociedad dominante, merecen nuestro respeto. Sin embargo, la visión del mundo que da la bienvenida a la queerness[iv], que se deleita con la idea de que los intereses eróticos propios estén en oposición activa y efectiva con las normas sociales, entra en conflicto directo con las visiones más contemporáneas de salud mental gay que afirman que es deseable que los hombres gais vivan vidas moldeadas según las normas de la cultura mayoritaria y consideran la idea de queerness como una variante de la homofobia internalizada. Cuando el paciente proviene de un mundo que considera que la pluma, el travestismo y la queerness son parte valiosa de la identidad personal y el terapeuta proviene de un mundo en que éstas se consideran manifestaciones de psicopatología, se malinterpretan o no se aprecian, es probable una alianza inconveniente que ofrezca al paciente y el terapeuta una oportunidad de aprender el uno del otro.

Viñeta clínica. Lubart (2010) presenta un relato conmovedor de la psicoterapia de un gay de edad avanzada que creemos muestra cómo la incomprensión intergeneracional puede interferir con la psicoterapia. Lubart, un analista gay de mediana edad, se sintió inicialmente paralizado por su paciente, Hans, un anciano que había sido actor y cuyas maneras y vestimenta eran afeminadas. A Lubart le pareció una “vieja reina”. Este paciente diabético, obeso, padecía diversos trastornos médicos, incluyendo una infección crónica y severa en el pie. Su terapeuta lo encontró repulsivo. Más aún, el paciente rayaba el ser abiertamente seductor con el terapeuta. Hablaba de todo tipo de actividades sexuales en su mayoría voyeurísticas que repugnaban al analista. Por ejemplo, el paciente se sentaba en un parque intentando adivinar el tamaño de los genitales de los hombres mirando a sus entrepiernas, una actividad que llamaba “observación de pájaros”. En un momento dado, el paciente insistió en enseñar a su terapeuta el pie, malamente infectado y con un aspecto asqueroso, lo que parecía una forma sólo levemente disimulada de mostrar sus genitales.

El terapeuta estaba angustiado, sentía vergüenza y enfado consigo mismo por lo que le parecían actitudes “homófobas”. Consideraba que su respuesta contratransferencial surgía de continuos sentimientos negativos hacia los hombres que desean a otros hombres. No consideraba que su reacción pudiera ser una contratransferencia complementaria (Racker, 1968; Winnicott, 1965) estimulada por la hostilidad de su paciente. Prestaba poca atención al pasado éxito teatral del paciente, que podía haber sugerido que el paciente era un maestro en representar ante un público y en provocar intensas respuestas emocionales.

El autoexamen del analista moduló su asco y se dispuso a responder más positivamente a las insinuaciones del paciente. Creía que involucrándose alegremente en una fantasía de seducción aumentaba la autoestima del paciente y le ofrecía la valiosa experiencia de ser reconocido como un hombre sexual. Lo que parecía ignorar era la posibilidad de que los avances seductores del paciente fueran una forma de agresión.

Pensamos que al tratar su contratransferencia principalmente como una manifestación de limitaciones personales, en lugar de considerar que su paciente podía haber intentado conscientemente, y con toda probabilidad de forma deliberada, estimular esas respuestas, Lubart perdió la oportunidad de apreciar y explorar un aspecto central del carácter del paciente: que éste era un crítico agresivo de la sociedad convencional, incluyendo las actitudes que Lubart fue poco a poco reconociendo como reflejos de sus limitaciones personales. Lo que Lubart veía como un simple anhelo de los placeres de la gratificación sexual desinhibida, manifestado como flirteo, puede haber reflejado el compromiso del paciente con criticar y exponer la hipocresía del analista supuestamente de mente abierta, al igual que durante décadas había criticado la comunidad heterosexual dominante. Paradójicamente, pensamos, al pretender una respuesta compasiva con el flirteo del paciente, Lubart pasó por alto que este hombre, que había luchado por cambiar la sociedad, un esfuerzo que continuaba en el consultorio de su analista, se habría beneficiado del reconocimiento de su brillante hostilidad.

Aquí vemos de nuevo que distintas narrativas generacionales del deseo por personas del mismo sexo dieron lugar a malentendidos en la terapia. La historia que Hans cuenta de sí mismo podría describirse como una aceptación del desafío de vivir en una sociedad atemorizada por el placer sexual y, especialmente, por el placer homoerótico. Reconociendo que por el mero hecho de desear a otros hombres estaba automáticamente situado en el papel de crítico social, Hans, en lugar de evitar esa posición, eligió asumirla con gusto. Respondiendo adoptando un modo severo pero alegre de criticar a la sociedad dominante, Hans, sospechamos, encontró un buen modo de vivir. Al igual que otras decisiones de las que moldean la vida, su compromiso era sin duda excesivamente resuelto. Inundaba su vida no sólo en su carrera teatral, sino en el modo en que llevaba su vida diaria (Erikson, 1968). Hans había vivido una buena vida gay según sus normas. Buscaba continuarla en la terapia. Pero esta buena vida, focalizada en la hostilidad hacia la hipocresía y en burlarse de la inhibición, al terapeuta le parecía autocastigadora y destructiva. Lubart, producto de una generación posterior, tenía una narrativa muy distinta de lo que era una buena vida gay, en la que la sexualidad, fuera al servicio del placer físico o de la intimidad, estaba libre de hostilidad. La hostilidad era, para él, una reacción natural pero desafortunada ante la opresión. Sabía que los hombres gais a veces son forzados a comportarse de forma hostil, pero para él esto era desafortunado, cuando no trágico. Por tanto, respondía a las insinuaciones sexuales de este paciente como si representaran torpes esfuerzos por ser reconocido como una persona erótica. Trataba su repugnancia y angustia como un subproducto de su propia homofobia en lugar de como una contratransferencia complementaria a la hostilidad de Hans. La respuesta compasiva de Lubart, que intentaba borrar la hostilidad de su paciente, es reminiscente de las respuestas liberales a los políticos radicales descritas por Marcuse (1965) en las que la aparente tolerancia y apreciación servían para suprimir y distorsionar la naturaleza de las demandas radicales. Pensamos que Lubart no apreció que el mundo gay interno y externo que su paciente habitaba era radicalmente distinto del suyo propio, proviniendo, como así era, de un momento histórico diferente. Como resultado, en su esfuerzo por ser respetuosamente sensible con Hans, Lubart puede haberse perdido un aspecto más importante del ser de Hans, su compromiso en una crítica hostil de la cultura dominante, y por tanto, no consiguió responder a lo que a Hans le parecía más valioso de sí mismo.

Ya está yendo mejor

La narrativa del acoso adolescente compartida por muchos hombres gais aún corresponde a una terrible realidad material. Este problema ha sido abordado con brillantez usando los métodos de redes sociales por Dan Savage (2012) mediante la campaña “La cosa mejora”.

Sin embargo, para un segmento afortunado de los jóvenes gais las cosas ya van mejor. Han crecido en un mundo donde el deseo por personas del mismo sexo se trata como una variación normal, incluso deseable. Al igual que sus pares, estos adolescentes gais son susceptibles de estrés psicológico, y a veces este estrés se centra en temas sexuales. La continua tendencia de los terapeutas a ver las cuestiones como específicas de los gais y a escuchar estas historias en el contexto de la opresión puede confundir la comprensión de la psicología de este grupo afortunado.

Viñeta clínica. Alan era un estudiante universitario de 20 años que buscó tratamiento en el periodo de 2000-2010 porque se sentía deprimido tras la ruptura de una relación muy satisfactoria. Pero su principal preocupación era que se sentía escasamente interesado en cualquier carrera, aunque tendría que elegir una en un futuro próximo. La clínica de salud mental que lo refirió eligió cuidadosamente una terapeuta “favorable a los gais”, y de hecho el propio Alan se refirió a sí mismo rápidamente como gay. Esto, sin embargo, parecía ser menos una indicación de algo problemático que simplemente una observación demográfica orientadora, algo así como mencionar su edad o a qué universidad iba. Describía haber crecido sintiendo siempre lo que en torno a la pubertad reconoció como una atracción sexual por los hombres y los chicos. Tenía amistades más íntimas con chicas y con un par de chicos gais que con chicos heterosexuales y fantaseaba conscientemente con relaciones románticas y tiernas. Tuvo su primera relación sexual significativa a los 16 años.

En terapia, Alan se refirió a su vida erótica y las dificultades a las que se enfrentaba en ella, pero era obvio que el haber estado con hombres en vez de con mujeres no le preocupaba especialmente. Al llegar a la universidad, tuvo algunos ligues con otros estudiantes pero pronto estableció la relación cuya ruptura lo llevó a buscar tratamiento. Aunque los ligues le parecían físicamente placenteros, a menudo se sentía decepcionado tras los encuentros sexuales casuales que eran más o menos la norma entre los estudiantes gais y heteros de su campus. Deseaba tener una relación estable.

Se sintió molesto y frustrado con una amistad con un compañero de clase ostensiblemente heterosexual. Cuando ambos estaban bebiendo juntos, el amigo le preguntó a Alan: “¿Cómo es ser follado?” y la pregunta los llevaba normalmente a la cama, donde el amigo recibía una respuesta concreta a su pregunta. A Alan le gustaba su amigo y disfrutaba el sexo, pero la necesidad de su amigo de estar borracho para permitirse tener sexo gay le parecía a Alan “asquerosa”. También le disgustó formar parte del engaño de su amigo a su novia.

La terapeuta, una mujer de unos sesenta años, tenía una amplia experiencia con pacientes gais. Se encontró interpretando las dificultades de Alan en lo que podríamos llamar términos específicos de los gais. Por ejemplo, pensaba que la angustia del amigo por el sexo gay hacía sentirse mal a Alan porque implicaba que el sexo con un hombre era algo que el amigo desaprobaba. De forma parecida, su primer pensamiento fue que la incomodidad de Alan con el sexo casual provenía de un deseo de evitar el estereotipo de la promiscuidad gay masculina. Generalmente, la terapeuta tendía a plantear automáticamente cómo el que Alan fuera gay moldeaba casi todas las experiencias que traía a la terapia. La sensibilidad a los temas gais que había llevado al psiquiatra que lo refería a elegir a la terapeuta se convirtió en un impedimento para ver a Alan desde otros puntos de vista. Esta tendencia a pensar en términos específicos gais estropeó de forma significativa y reiterada el trabajo analítico. Afortunadamente, Alan era lo suficientemente resiliente como para, a pesar de querer pasar tiempo explorando las ideas de su terapeuta, devolver la conversación, tras un tiempo, a su propia dinámica, que tendía a tener poco que ver con su interés sexual por los hombres.

Aunque la terapeuta había trabajado durante mucho tiempo en el momento histórico en el que, al menos algunos, hombres gais no sentían la respuesta de la sociedad a sus intereses sexuales como una fuente importante de angustia, le costó mucho reconocer que este objetivo había sido alcanzado realmente en el paciente con el que estaba trabajando. Atrapada en un momento histórico diferente, finalmente vio que Alan vivía en una época y un mundo diferentes.

Liberación y resistencia

Los días en que los analistas consideraban el deseo por personas del mismo sexo como patológico y la cura de esta patología como el objetivo más importante del trabajo analítico con hombres que expresan este deseo están quedando en el pasado. La “cuestión del por qué”, un foco en entender los orígenes del deseo por personas del mismo sexo, parece al menos de menor importancia terapéutica, incluso es menos probable que se pregunte, siquiera a un individuo, mediante la investigación psicoanalítica. La mayoría de analistas y analizandos contemporáneos dejan a un lado la pregunta, al igual que dejamos a un lado la cuestión del origen del deseo heterosexual. La pobre calidad de gran parte de la investigación psicoanalítica de mediados del siglo XX sobre la homosexualidad y las consecuencias, a veces terroríficas, de la imposición por parte de los analistas de teorías basadas en la enfermedad en cuanto a los hombres que desean sexo con otros hombres hacen que la mayoría de analistas y analizandos sean reticentes a explorar la “cuestión del por qué” o nada que la recuerde, mucho menos a explorarla en líneas que recuerden a aquellas viejas teorías.

Evitar la “cuestión del por qué” con relación al sexo de la pareja se amplía fácilmente a no prestar atención a otros aspectos del deseo sexual. Muchos aspectos del campo de la elección de objeto pueden quedar fuera de los límites porque hacer la pregunta de por qué algo es cómo es parece implicar que es inusual y, por tanto, anormal. El tema es más complicado porque, al igual que en muchas prácticas sexuales, factores que van desde planes realistas a fantasías inconscientes se unen para determinar la conducta. Consideremos las relaciones sexuales que se inician en los baños públicos. El clásico estudio de Humphrey (1975) enfatizaba la idea de que, tal como se practicaba en St. Louis en los años 60, el así llamado “comercio del salón de té” ofrecía una oportunidad de sexo con hombres que no perturbaba la vida superficialmente heterosexual de los participantes. Sólo dos años después, Rechy (1977) enfatizaba la naturaleza transgresora de esta conducta como una importante motivación para la misma. La experiencia clínica sugiere que la conducta tiene una amplia gama de motivaciones, desde la simple conveniencia a las identificaciones inconscientes del sexo con el excremento y la culpa inconsciente. Pero si analista y analizando coinciden en no explorar la dinámica y el origen de intereses y actividades sexuales concretas porque hacerlo se considera homofóbico, puede introducirse una poderosa resistencia en el trabajo analítico. Los analistas y analizandos contemporáneos, que viven en un mundo donde las sugerencias de homofobia deben ser rigurosamente evitadas, a menudo son reticentes a explorar los orígenes de la elección de objeto de un modo que se iguale a la insistencia de los analistas y analizandos de hace 50 años al explorar los orígenes del deseo por personas del mismo sexo con el propósito de curarlo.

Viñeta clínica. Peter, un profesional de cuarenta años y gay, buscó análisis porque quería casarse y tener hijos, pero sus diversas relaciones duraderas terminaban repetidamente cuando, para su sorpresa, sus parejas resultaban ser significativamente irresponsables o delincuentes. Peter se preguntaba si ésta era una dimensión no reconocida de ser gay y producía elaboradas teorías de por qué la experiencia gay producía personalidades delincuentes.

Según Peter fue describiendo sus diversas relaciones, el analista se fue dando cuenta de que normalmente Peter se involucraba con hombres de veintipocos años cuyas rasgos superficiales (por ejemplo los gustos musicales) eran con frecuencia las de los adolescentes, y cuya apariencia con frecuencia sugería que eran, de algún modo, delincuentes. Peter no se había dado cuenta antes de este patrón, aunque reflexionando reconoció que los hombres de este “tipo” le habían resultado particularmente atractivos desde que podía recordar. Sus asociaciones fueron a su primer recuerdo consciente de sentimientos hacia los hombres de este tipo, un enamoramiento que tuvo hacia un tío suyo diez años mayor que él. Se recordaba como un niño de 8 años que admiraba enormemente a este tío y estaba fascinado por las referencias a la vida sexual del tío. Notó que siempre que hablaba de su tío se sentía levemente asqueado.

En las sesiones que siguieron a este recuerdo, Peter se sintió cada vez más molesto y discutidor cuando el analista hacía referencia a su atracción por este tipo de hombres. Su preocupación de que el analista fuera “homofóbico”, que había sido prominente al principio del análisis, reemergió. Defendía con todo tipo de detalles que los hombres vivaces y atléticos que a él lo atraían eran considerados convencionalmente como el tipo más atractivo en la comunidad gay. Preguntarle por qué le atraían este tipo de hombres era como preguntarle a un hombre heterosexual por qué le atraían las mujeres guapas cuando tenía veintipocos años. Uno sólo tenía que mirar a los modelos de ropa masculinos para que ver que los gustos de Pete eran sencillamente los de un “hombre gay normal”. Más aún, él sospechaba que su analista envidiaba las oportunidades de Peter para involucrase con estos hombres jóvenes puesto que se suponía que aquél estaba “estancado en un matrimonio con una mujer mayor”.

El analista se daba cuenta de que el contenido del material habría sido diferente si hubiera conceptualizado la respuesta de Peter como primariamente defensiva, pero en este caso se sentía menos confiado de lo que se hubiera sentido normalmente en esa situación. Había hecho un trabajo considerable para ir más allá de un compromiso con ideas sobre el deseo por personas del mismo sexo que ahora consideraba obsoletas, así como para abordar sus propias angustias sobre el deseo por personas del mismo sexo. Se sentía perplejo sobre si su reticencia a perseguir los orígenes de la elección de objeto de Peter se basaba principalmente en una apreciación realista del daño potencial que implicaba el hacerlo, en la preocupación de que forzar la interpretación fuera una puesta en acto (enactment) contratransferencial, o en una inhibición basada en una identificación con la posición defensiva del analizando.

Durante el año siguiente, la situación se repitió varias veces hasta que finalmente el analizando observó que el analista estaba actuando de forma rara, siendo inusualmente rápido para saltar a una interpretación de las defensas, y en este caso era actuar de forma “demasiado amable”. El analista estuvo de acuerdo y le explicó su dilema a Peter, algo que Peter observó acertadamente como atípico del analista, quien generalmente revelaba poco sobre sí mismo. ¿Por qué, se preguntó Peter, el analista había elegido “mostrarse” en ese momento describiendo su forma de pensar y sus sentimientos? El analista simplemente repetió “mostrarme”, deslumbrado por la construcción y observación inusuales.

Al día siguiente Peter contó un sueño en el que había visitado la ciudad en la que vivía su tío. El sueño implicaba un caballo, que llevó a Peter a asociaciones embarazosas sobre mirar los genitales de los caballos y, durante un tiempo, a la reconstrucción de experiencias, probablemente de cuando tenía tres años, de mirar y tal vez tocar los genitales de su tío. En cualquier caso, quedó muy claro que la elección de objeto de Peter estaba moldeada sobre su tío y, más aún, que el tío era probablemente el objeto de intereses particularmente intensos porque la relación con él a menudo coincidió con las separaciones de Peter y su padre.

Esta importante línea de investigación podría haberse bloqueado fácilmente si analista y analizando continuaran adoptando la actitud común de que explorar algo que no fueran las elecciones de objeto no convencionales de los hombres que desean sexo con otros hombres era adoptar una posición implícitamente anti-gay.

Conclusión

En su esfuerzo por crear una psicología universal basada en la biología, Freud tendía a excluir de sus formulaciones teóricas los factores culturales e históricos. Cuando se refiere a la historia, como hace en “Más allá del principio del placer”, es principalmente para indicar cómo el momento histórico –por ejemplo, la tragedia de la I Guerra Mundial– trae al punto de mira un aspecto de la psicología humana universal. Por el contrario, en sus escritos clínicos y sus detalladas descripciones de los fenómenos, Freud ofrece un estudio etnográfico maravillosamente profundo de Viene y de los judíos vieneses de fin de siglo. Freud, por una parte, mantuvo al psicoanálisis ajeno a la historia en sus formulaciones teóricas y, por otra, fue exquisitamente capaz de explorar el papel de la historia en las vidas de las personas en sus estudios clínicos. La tendencia a considerar aspectos de la personalidad como biológicamente dados se convierte en un problema especial cuando dichos aspectos se tratan como si tuvieran significados independientes del contexto social en el que la persona vive, se esencializan.

Gran parte del discurso sobre el deseo por personas del mismo sexo trata a éste y a los fenómenos relacionados de un modo esencialista que sugiere que la presencia de ese deseo tiene una importancia inevitable más allá del propio deseo. Así, por ejemplo, cuando Isay (1987) describe las dificultades de un típico chico gay para negociar la situación edípica con un padre presumiblemente heterosexual, trata esta configuración como casi biológicamente inevitable, al igual que Freud trata el complejo de Edipo heterosexual. Ni Isay ni Freud parecen reconocer que estas situaciones están muy moldeadas por la época histórica en la que tienen lugar, tratándolas, en cambio, como sucesos humanos casi universales.

Como sucede con cualquier grupo distintivo de pacientes, los analistas que tratan a hombres gais necesitan entender los significados socialmente determinados que sus pacientes otorgan al deseo por personas del mismo sexo[5]. Creemos que esta es una tarea particularmente difícil porque esos significados están cambiando rápidamente y porque es probable que el analista esté profundamente comprometido con los significados previos descubiertos mediante el trabajo duro, sea a través de la clínica o de la experiencia personal. Aunque los fallos simples en mantenerse al día con el nuevo conocimiento sobre hombres que desean sexo con otros hombres, por supuesto, interfieren con el trabajo terapéutico, los temas que abordamos aquí son más sutiles. Hemos intentado explorar situaciones en las que paciente y terapeuta viven en mundos históricos diferentes, en los que los significados de su deseo y los aspectos de la vida asociados con él no se entienden del mismo modo por el analizando y por el analista. Con frecuencia esta desalineación se pasa por alto. Estos significados normalmente se comparten con grupos generacionales, y es difícil descubrir que pacientes cuya edad dista de la del terapeuta apenas una década pueden haber vivido en un momento histórico radicalmente diferente. Este reconocimiento es particularmente difícil cuando no es el caso de que un trauma masivo haya remodelado el mundo experiencial. Es fácil entender que los hombres que fueron mayores de edad antes y después de la epidemia del SIDA ven de forma diferente el deseo por personas del mismo sexo, pero es más difícil de entender que la generación que sirvió en el ejército durante la II Guerra Mundial tenga una experiencia vital marcadamente diferente de la de los hombres que salieron del armario en los años 50. El deseo de resultar de ayuda combinado con las inseguridades de no saber ejerce una enorme presión interna en los analistas por saber más de lo que en realidad sabemos, y por sustituir las teorías analíticas actuales por la exploración de los significados y motivaciones personales. Forzar la narrativa de una persona en un molde afirmativo de lo gay sólo es mínimamente más respetuoso que considerar a la persona como perturbada debido a su deseo sexual. Sin embargo, esta recomendación aparentemente simple de volver a lo que, después de todo, es el núcleo de la posición psicoanalítica, la exploración en profundidad de los significados idiosincrásicos con los que vive el analizando, es difícil de adoptar dada la potente necesidad del analista de traer al tratamiento de todo paciente el supuesto conocimiento acumulativo de la comunidad analítica. Parte de este cambio puede lograrse, creemos, reconociendo que las personas con quienes trabajamos viven en diversos momentos históricos, a menudo muy diferentes del nuestro.

Sería reconfortante creer que existe una visión objetiva de nuestros pacientes, verdades conocibles, independientes de lo que el analista traiga a la situación, como si pudiera dejarse de lado el momento personal y social de nuestras historias desde el que intentamos entender a las personas, como si fuera posible tener una visión desde ninguna parte. Pero nuestra visión, de hecho, siempre es desde alguna parte, y esta ubicación se vuelve más evidente aún cuando estamos en lugar diferente al de nuestros pacientes, y sobre todo cuando nos enfrentamos con las consecuencias de la creencia de que podemos ser observadores independientes. Las experiencias que describimos aquí ilustran ampliamente las dificultades que pueden surgir cuando los analistas no consiguen prestar atención a la importancia de sus propias posiciones en el tratamiento, especialmente cuando estas sustituyen a las teorías sobre grupos de pacientes para la exploración de significados idiosincrásicos para esos pacientes. Las tensiones a las que nos referimos al comienzo de este artículo siguen ahí, hablar de “hombres gay” o “momentos históricos” apunta en una importante dirección y a la vez simplifica excesivamente y dirige erróneamente el pensamiento. Nuestro intento ha sido explorar esta tensión.

Referencias

Barchilon, J. (1973). Pleasure, mockery and creative integrations: Their relationship to childhood knowledge, a learning defect and the literature of the absurd. International Journal of Psychoanalysis 54:19–34.

Bergler, E. (1956). Homosexuality: Disease or Way of Life? New York: Hill & Wang.

Bieber, I., Dain, H.J., Dince, P.R., Drellich, M.G., Grand, H.G., Gundlach, R.R., Kremer, M.W., Rifkin, A.H., Wilbur, C.B., & Bieber, T.B. (1962). Homosexuality: A Psychoanalytic Study of Male Homosexuals. New York: Basic Books.

Breuer, J., & Freud, S. (1895). Studies on hysteria. Standard Edition 2.

Brown, R. (2003). The Evening Crowd at Kirmser’s: A Gay Life in the 1940s. Minneapolis: University of Minnesota Press.

Bruner, J. (1990). Acts of Meaning. Cambridge: Harvard University Press.

Bruner, J. (2011). Making Stories: Law, Literature, Life. Cambridge: Harvard University Press.

Celenza, A. (2007). Sexual Boundary Violations: Therapeutic, Supervisory, and Academic Aspects. New York: Aronson.

Charmaz, K. (2001). Qualitative interviewing and grounded theory analysis. In Handbook of Interview Research: Context and Method, ed. J.F.

Gubrium & J.A. Holstein. Thousand Oaks, CA: Sage Publications, pp. 675–694.

Cohler, B.J. (2007). Writing Desire: Sixty Years of Gay Autobiography. Madison: University of Wisconsin Press.

Cohler, B.J., & Galatzer-Levy, R.M. (1996). Self psychology and homosexuality, sexual orientation and maintenance of personal integrity. In Textbook of Homosexuality and Mental Health, ed. R.P. Cabaj & T.S. Stein. Washington, DC: American Psychiatric Press, pp. 207–223.

Cohler, B.J., & Galatzer-Levy, R.M. (2000). The Course of Gay and Lesbian Lives: Social and Psychoanalytic Perspectives. Chicago: University of Chicago Press.

Davis, J. (1979). Yearning for Yesterday: A Sociology of Nostalgia. New York: Free Press.

Duberman, M. (1991). Cures: A Gay Man’s Odyssey. Boulder, CO: Westview Press, 2002.

Ellman, R. (1988). Oscar Wilde. New York: Knopf.

Erikson, E.H. (1968). Identity: Youth and Crisis. New York: Norton.

Erikson, E.H. (1975). Life History and the Historical Moment. New York: Norton.

Fanon, F. (1961). The Wretched of the Earth, transl. C. Farrington. New York: Grove Press, 1963.

Freud, S. (1905). Jokes and their relation to the unconscious. Standard Edition 8.

Friedman, R. (1988). Male Homosexuality: The Contemporary Psychoanalytic Perspective. New Haven: Yale University Press.

Galatzer-Levy, R.M. (2001). Finding our way in perplexity: The meanings of sex in the analysis of a gay man. Journal of the American Psychoanalytic Association 49:1219–1233.

Galatzer-Levy, R.M. (2004). Chaotic possibilities: Toward a new model of development. International Journal of Psychoanalysis 83:419–441.

Garber, M. (1992). Vested Interests: Cross-Dressing and Cultural Anxiety.New York: Routledge.

Gitlin, T. (1987). The Sixties: Years of Hope, Days of Rage. New York: Bantam.

Grotjahn, M. (1966). Beyond Laughter: Humor and the Subconscious. New York: McGraw-Hill.

Guastello, S.J., Koopmans, M., & Pincus, D., eds. (2009). Chaos and Complexity in Psychology: The Theory of Nonlinear Dynamical Systems New York: Cambridge University Press.

Halperin, D.M., Winger, J.J., & Zeitlin, F.I., eds. (1990). Before Sexuality: The Construction of Erotic Experience in the Ancient Greek World. Princeton: Princeton University Press.

Herdt, G., & Koff, B. (2000). Something to Tell You: The Road Families Travel When a Child Is Gay. New York: Columbia University Press.

Hooks, b. (1994). Teaching to Transgress: Education as the Practice of Freedom. New York, Routledge.

Humphreys, L. (1975). Tearoom Trade: Impersonal Sex in Public Places. 2nd ed. New York: Aldine Transaction.

Isay, R.A. (1987). Fathers and their homosexually inclined sons in childhood. Psychoanalytic Study of the Child 42:275–294.

Isay, R.A. (1989). Being Homosexual: Gay Men and Their Development. New York: Farrar, Straus & Giroux.

Klein, M. (1957). Envy and Gratitude and Other Works 1946–1963. London: Tavistock.

Kohut, H. (1971). The Analysis of the Self: A Systematic Approach to the Psychoanalytic Treatment of Narcissistic Personality Disorders. New York: International Universities Press.

Kohut, H. (1972). Thoughts on narcissism and narcissistic rage. Psychoanalytic Study of the Child 27:360–400.

Lubart, W. (2010). Hans and me: Transformation of revulsion in the countertransference within an analytic therapy. Journal of Gay & Lesbian Mental Health 14:201–211.

Marcuse, H. (1965). Repressive tolerance. In R.P. Wolff, B. Moore Jr., & H. Marcuse, A Critique of Pure Tolerance. Boston: Beacon Press, 1969, pp. 81–123.

McCulloch, J. (2002). Black Soul, White Artifact: Fanon’s Clinical Psychology and Social Theory. New York: Cambridge University Press.

Phillips, S.H. (2001). The overstimulation of everyday life: I. New aspects of male homosexuality. Journal of the American Psychoanalytic Association 49:1235–1267.

Plummer, K. (2001). Documents of Life 2: An Invitation to a Critical Humanism. Thousand Oaks, CA: Sage Publications.

Racker, H. (1968). Transference and Countertransference. New York: International Universities Press.

Rechy, J. (1977). The Sexual Outlaw: A Documentary. Rev. ed. New York: Grove Press, 1994.

Savage, D. (2012). It gets better. Internet [online]. http://www.itgetsbetter. org/ Accessed December 10.

Savin, W. (1989). Coming out to parents and self-esteem among gay and lesbian youths. Journal of Homosexuality 18:1–35.

Schafer, R. (1992). Retelling a Life: Narration and Dialogue in Psychoanalysis. New York: Basic Books.

Socarides, C.W. (1969). Psychoanalytic therapy of a male homosexual. Psychoanalytic Quarterly 38:173–190.

Socarides, C.W. (1978). Homosexuality. New York: Aronson.

Socarides, C.W. (1989). Homosexuality: Psychoanalytic Therapy. New York: Aronson.

Taylor, C. (1991). The Ethics of Authenticity. Cambridge: Harvard University Press.

Vidal, G. (1948). The City and the Pillar. New York: Dutton.

Winnicott, D.W. (1965). The Maturational Processes and the Facilitating Environment. New York: International Universities Press.

Zernike, K. (2012). After gay son’s suicide, mother finds blame in herself and in her church. New York Times, August 24.

 

 

 



[1] La efectividad del programa “Va a mejor” iniciado por Savage

[2] John Rechy (1977) anticipó y escribió polémicamente contra la posibilidad de que normalizar la homosexualidad se usara como una razón para tratar la conducta que no iguala a la heterosexualidad convencional como desviada e inaceptable.

* Ordenamiento que otorga determinadas ventajas a los veteranos de guerra de Estados Unidos.

[3] Jerry dio en el clavo históricamente. La mayoría de la cultura de “los sesenta” llegó a la comunidad americana más amplia en los 70 (Gitlin, 1987)

[4] También excedería el alcance de este artículo explorar el tema general de cómo el humor puede manifestar hostilidad subyacente (Freud, 1905; Barchilon, 1973) constituyendo al mismo tiempo una transformación madura del narcisismo (Kohut, 1971) e integrando estas dos dimensiones aparentemente opuestas (Grotjahn, 1966). No es nuestra intención intentar describir cómo el humor mordaz  y sarcástico a veces caracterizado como  “mala leche” surge de la combinación de las estructuras sociales y la psicología individual.

[5] Algunos lectores de los primeros borradores de este artículo se preguntaban por qué no hablábamos de las lesbianas y de otros grupos para quienes pueden plantearse procesos similares a los que se discuten aquí. Pensamos que en la mayoría de la épocas de la historia la situación social (y, por consiguiente, psicológica) de hombres y mujeres que desean sexo con miembros de su propio sexo es diferente en muchos modos. La diferencia entre todas las personas con deseo por personas del mismo sexo y grupos basados en la raza, el género o la etnicidad, es aún mayor. Por ejemplo, el ritmo de cambio para el grupo que estudiamos es mucho mayor que para aquellos otros grupos, y alguno de los fenómenos que hemos descrito están mucho más supeditados a este ritmo. Por ejemplo, existe una tradición de mujeres lesbianas más o menos fuera del armario que crían niños que se remonta a más o menos 120 años, mientras que hombres gais que hagan esto sigue siendo un tema de intensa controversia social. El cambio en la teoría y la práctica psicoanalíticas basado en una crítica esencialmente feminista a las primeras ideas sobre la sexualidad femenina ha tenido lugar durante un siglo, comparado con el cambio de apenas dos décadas en el pensamiento psicoanalítico sobre hombres que desean sexo con otros hombres. En numerosas ocasiones en la historia, el deseo por personas del mismo sexo  en las mujeres se ha equiparado con la masculinidad, y en los hombres con la feminidad, de modo que usualmente se considera que las lesbianas usurpan privilegios masculinos, mientras se piensa que los hombres que desean sexo con hombres los abandonan. Si bien ambas ideas suelen compartir la desaprobación social, sus otros sentidos son marcadamente diferentes. Creemos que el estudio del momento social en relación con el proceso analítico puede aplicarse a otros muchos grupos, pero que intentar incluir una población más amplia en esta discusión confundiría en lugar de aclarar nuestras posiciones principales.



[i] Nota del revisor: Se mantiene el término original queer, ya que se refiere a minorías sexuales de orientación no heterosexual. El término tiene cierto uso en su forma inglesa en castellano con la denominada Teoría queer, y creemos que es más explicativo que la traducción más literal que sería “no-heterosexual”.

[ii] Nota del revisor: El uso del término straight como opuesto a queer, tiene escaso recorrido en castellano. Sería algo así como lo normal, lo estándar, lo convencional. En términos de orientación sexual se equipara a heterosexual.

[iii] Nota del revisor: Same sex desire: la traducción literal “deseo por el mismo sexo”, me parecía que podía ser confusa en algunos momentos, si bien el contexto permite deducir su significado. He optado por “deseo por personas del mismo sexo”, aunque entiendo que el primero es válido.

[iv] Nota del revisor: Al igual que con queer opto por dejarlo en inglés. Como señala el traductor Gastón Alzate, es difícil encontrar un único término que recoja las acepciones de queerness. Raridad, deja de lado lo afeminado (la pluma). Desviado frente a la heterosexualidad normativa. Pero así traducido se queda sin su componente “sucio” de jerga “You are a fucking queer” (Eres un puto maricón). Este último término pierde a su vez el elemento militante antipatriarcal que engloba a los que rechazan las posiciones binarias en cuanto al género.