aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 008 2001 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas 8

III Simposium SAP (IPA). Discusión de caso clínico

Autor: Viñar, Marcelo

Palabras clave

Analisis del vinculo, Dialogo clinico, defensa maníaca, Realidad psiquica, Realidad subjetiva.


Vdes. conocen la invocación: "Dios, cuídame de mis amigos, que de mis enemigos me cuido solo!!!" Es superfluo explicarles mi placer, cuando Julia Braun y Bruno Winograd me pidieron que trabajara con Vdes. un material clínico y disfrutar, por añadidura, algunos momentos de amistad, cálida y ya añeja.

Por cierto, el diálogo clínico me parece una arista esencial de nuestro quehacer. Yo converso en la Asociación Psicoanalítica del Uruguay regularmente sobre estos tópicos. Soy de la opinión de que el grupo de pares tiene una gravitación decisiva en nuestro modo de pensar y trabajar. Para bien y para mal. En otras disciplinas se dice que sólo una masa crítica de investigadores habilita el descubrimiento, y no sólo el genio personal del descubridor. La fórmula mínima de la clínica Psicoanalítica no es un paciente y un analista. Hay que agregar un colega de este último y un libro. La fórmula  mínima, entonces, son estos cuatro ingredientes, irreductible a algo más simple. La comunidad de pensantes es necesaria como contorno a la intimidad tóxica del espacio analítico, lleno de incertidumbres y falsas rutas.

Cruzar el Río de la Plata es el salto justo, lo suficientemente cercano para preservar la afinidad de lengua y de códigos - culturales y psicoanalíticos -, lo suficientemente distante y distinta para romper la monotonía repetitiva que toda mente individual y todo grupo van produciendo en sus reiteraciones de acuerdos y discrepancias. Hasta aquí la diáfana algarabía por ente encuentro.

Un tiempo después - "après coup" a posteriori dicen los freudianos - llegaron los nubarrones de tormenta, las dificultades y algunas reflexiones, un tanto paranoicas, que quiero pensar con Vdes. en voz alta: ¿La clínica psicoanalítica, es realmente un territorio común? o ¿es materia controversial? ¿Al final de la noche tendremos la respuesta?

Desde las fundaciones, la clínica es el meollo de nuestro oficio, su alfa y omega, lo que origina y justifica nuestro quehacer. En general cuando decimos clínica analítica partimos de un acuerdo consensual de que hablamos de lo mismo; otras veces, las menos, nos ponemos en la ardua tarea de cuestionar y justificar un abordaje y no otro.

Volver una y mil veces a reformular a qué llamamos clínica psicoanalítica, fue siempre imprescindible. Más aún hoy que el psicoanálisis sufre los embates de su psiquiatrización y medicalización, de la aceleración de los cambios civilizatorios y que hay una multiplicidad y hasta exuberancia de modelos metapsicológicos, cuya congruencia y compatibilidad lógica es siempre difícil de demostrar.

Algún pragmático norteamericano dijo que tenemos una clínica para muchas teorías. Esta afirmación me parece mentirosa y simplificadora. Yo creo que clínica y teoría se condicionan recíprocamente, aunque estén lejos, gracias a Dios, de una correspondencia armoniosa y recíproca.

El diálogo clínico es el taller donde todos somos maestros y aprendices en el dominio de las peripecias y dificultades del oficio. Como se hace en muchos oficios, en cirugía, en literatura, en pintura, o en oficios manuales. En Francia se ha institucionalizado con el nombre de "compagnonage", donde el veterano de un oficio instruye al novel en las mañas de sus pericias. Quizás en todos los quehaceres, pero en el nuestro en particular, pienso que la presencia encarnada de los interlocutores, da lugar a fenómenos vivenciales que la lectura en soledad (también necesaria) no puede reemplazar. Lo que llamamos creación - dice Borges - es una mezcla de olvido y recuerdo de lo que hemos leído.

El taller clínco, además de estos rasgos comunes con otros oficios, tiene en psicoanálisis la posibilidad de hacer surgir y desplegar la sorpresa, lo inesperado, en statu nascendi, y habilitar su transmisión. Momento tenue y frágil, pero decisivo. Si bien la irrupción de lo inesperado no es programable, puede o suele surgir en la intimidad entre dos que genera el trabajo de supervisión, en concomitancia y heterogeneidad con el análisis personal y el trabajo teórico. Los caminos erráticos e inesperados de las transferencias (transportes), que llevan el conflicto psíquico a lugares distantes de la manifestación inicial del sufrimiento.

Momento de pasicón entre pares, donde surgen, (¿con exceso o con justicia?) maestros amados y maestros odiados. En el taller se genera la primacía de lo racional y sus fracasos, pero a diferencia de la sesión donde se da lugar a la espera y al trabajo del silencio, en el taller la discusión no sólo se permite, sino que se fomenta.

El diálogo clínico es pues un momento privilegiado de la transmisión, es decir, de la reflexión. Lo concreto, decía Engels, es la síntesis de múltiples universales. La comunicación de inconscientes es un tiempo fugaz -como el del orgasmo - no es un saber acumulable como el aprendizaje de las reglas de gramática o aritmética. Esto me parece inherente a la naturaleza de los fenómenos que estudiamos, al objeto que investigamos. Momento privilegiado de la transmisión donde la experiencia de los veteranos se conjuga puntualmente con la de los noveles y allí puede ocurrir un efecto de inscripción en unos y otros.

Enseñar -dice Heidegger - no es informar, sino mostrar y hacer aparecer en el mundo del lenguaje, el mundo de las cosas y los acontecimientos. Y aprender es poner nuestra conducta en correspondencia con aquello que nos exhorta cada vez hacia lo esencial.

Además, tanto o más que repertoriar esta pocas premisas teóricas o conceptuales que complican la tarea que ahora iniciamos, quiero dar una opinión de cómo la humanidad de los analistas podemos enchastrarla con nuestra tontería. Yo mismo, como todos los veteranos aquí presentes, he estado en innumerables veces en discusiones clínicas, en pequeños o grandes grupos. La operación de pasaje del espacio íntimo de la sesión o de la supervisión, al espacio público del debate académico-institucional no es una operación inocente y en mi recuerdo pocas veces tiene desenlaces saludables y enriquecedores y muchas desemboca en la esterilidad o la inoperancia, cuando no en la catástrofe o en la impostura del falso saber.

Son calificativos fuertes para impresionarlos o advertencia para mí mismo. Tantas veces, como espectador o como protagonista, he asistido a debates clínicos que son un montaje escénico para la gloria del comentarista: supervisor, superman o mujer maravilla que aplastan al supervisado como un vil humano desconcertado.

Como tengo hondas discrepancias con la colega  -a la que no conozco - quiero curarme en salud de esta triste figura del pavo real que despliega sus plumas brillantes en el micrófono, frente a los colegas, ocultando la precariedad y la ignorancia que es intrínseca a la posición del analista en la sesión.

Nuestra sabiduría - si existe - es tolerar y tramitar esa precariedad, habilitarla de un saber puntual, fragmentario y efímero y no recubrirla con el brillo de teorías de refulgentes saberes. Se lo oí ya, a Willy Baranger en el primer congreso psicoanalítico al que asistí. Todos los supervisores sabemos más y mejor que el analista en la cancha.

Quiero entonces comenzar el debate agradeciendo a la colega que, en su aporte -generoso - lo posibilita. El protocolo es rico en indicios y sugerencias que obligan a pensar.

Un documento de este género, opina el historiador José Pedro Barrán, se brinda en lo que dice y en lo que calla y revela también a la comunidad de pensantes en las preguntas que cualquier grupo humano, o despliega u oblitera. Pienso que el objeto del debate (y el protocolo así lo sugiere, es el campo interactivo entre paciente y terapeuta, (análisis del vínculo) y no la hipótesis diagnóstica sobre un paciente (situación psíquica). Claro, el vínculo se organiza con los aspectos prevalentes de las ansiedades y defensas que trae quien consulta y el repertorio de pensables que esto desencadena en quie es consultado.

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La presentación de Enrique me resultó impactante (yo vengo de otros tiempos o contextos). Impactante el contraste de sus performances, (sus logros y éxitos), diríamos su adaptación existosa a este mundo tan difícil y adverso. Y todo esto sostenido desde una etapa temprana de su vida adulta, en la autonomía de sus trasplantes de ciudad y de objeto amoroso, de su autonomía laboral. Todo esto dentro de una cultura donde lo habitual es prolongar la dependencia familiar, es lo que llamamos una adolentización de la adultez como hecho general y prevalente de la época actual. Por otra parte su miseria de locura privada, la masturbación compulsiva desde los 13 años y los celos patológicos que arruinan o corrompen su vida amorosa, que supongo que en los 26 años (o en cualquier época de la vida) son un tesoro esencial en la experiencia de estar vivo.

¿Cómo posicionarse ante este curso de vida y ante la presentación que trae a la sesión?

Cómo, con esta presentación -y la demanda de análisis que conlleva - se puede ir paso a paso construyendo el espacio de análisis, donde el paciente pueda asumirse como analizando y me conceda o instituya en la posición de analista, lo que en su demanda inicial está jaqueado u obliterado. Yo me hubiera empeñado en abrir y desplegar esta contradicción, más de lo que está explicitado en el historial.

Leyendo la primera página y las primeras reflexiones de la colega, me surge la opción dilemática: ¿con quién tengo que hablar, con el joven triunfador o el "loco muy enfermo", que son los dos primeros naipes que me muestra en el juego dialogal que nos proponemos? Obviamente con ambos, pero ¿cómo anudar estas dos moscas por el rabo?

Enrique, -como cualquier ser humano - es representante de sí mismo y representante de su época. Quiero decir que el estilo de su presentación me hubiera resultado extraña hace unas décadas y me parece ordinario o habitual hoy día, en la sociedad del espectáculo, aunque mi consulta sea un espacio reducido para avalar esta afirmación con una serie estadística probatoria. Pero entre lo que uno ve y lo que habla con los pares, el montoncito se hace evidente y muestra la impronta de una época. Nótese que hablo de estilo de presentación y no de nuevas patologías. El malestar adopta menos la forma de padecimiento como núcleo central del relato. Muchas veces toma esta forma de ocultarse en una arrogancia disociada, falso self, dicen algunos. Como el camino recorrido entre la histérica de los tiempos de Freud y la bulímica anoréxica de hoy, disfrazada en la cosmética que oculta la ruina de su cuerpo. En lo que se da a ver, este carácter bifronte de una opulencia arrogante coexistiendo con la miseria de esa locura privada y oculta, puede remitir tanto los meandros interiores de la psicopatología, como a la cosmética aparente de la vida pública, y es refrendada por el padre fundido en la desgracia y la madre emergiendo de las cenizas hacia la gloria.

En todo caso desmontar la defensa maníaca que recurbre su miseria neurótica, afirmada y refutada en el mismo movimiento psíquico, sería la primera preocupación de este encuentro inicial.

Creo que muchas veces los pasos iniciales que apuntan a un proceso analítico son cruciales y marcantes, de ahí que el diagnóstico y la derivación y la propuesta de una terapia psicoanalítica y la indicación de realizarla conmigo (pág. 2 de la colega) adjudicada a un tercero (la institución) lo hubiera problematizado con más énfasis, con más detalle y cautela; reconvocándola como una decisión a tomar aquí entre nosotros paciente y analista. Como decisión pendiente, entre él y yo, que tenemos la opción y la libertad de elegirnos o rechazarnos. Me daría tiempo para cuestionar este embrollo inicial.

Su entrada impetuosa, el acorralarme con preguntas, me parece una situación revertida de cómo él teme a mi intrusión. Temor suyo que puedo entender y acoger, pero no acatar. La historia del cuadro con el otro analista "me sacas el cuadro que no me gusta", como sanción concreta de que "me es muy difícil aceptar pensamiento o ideas que no sean como los míos" me hubieran llevado a tematizar la alteridad como dificultad central requisito del trabajo, y condición de su inicio. Y hubiera agregado en dearrollos ulteriores, de modo lento y pausado, que todo esto es una alerta a no reproducir conmigo, el encierro enfermizo con Julia, que es lo que él mismo trae como dificultad a superar. O que aceptemos la reproducción, sí, pero para transformarla. O si se quiere traducir lo que precede, en términos más conceptuales, traer al aquí y ahora de nuestro encuentro, su control omnipotente del objeto como su necesidad y su trampa, como disyuntiva entre repetición y perlaboración.

Desde este posicionamiento inicial, en el que yo hubiera caminado un largo trecho, los caminos de la analista tratante y los míos divergen, y es a ambos de asumir nuestras opciones. Yo no calificaría la problemática de Enrique como variada y difusa, sino como precisa y concreta, y aunque no tengo conjetura sobre su masturbación compulsiva, él tiene suficiente conciencia vivencial del carácter patológico de sus celos, como para centrar allí el trabajo a realizar. El modo de designar su "locura" donde él sabe que converge algo imperativo, (de lo que no se puede sustraer) y mortífero, fuente de un padecimiento sin fin ni desenlace. Trataría de mostrarle cómo la misma lógica está explícita también en el vínculo que inicia conmigo al interpelarme hasta acorralarme. La posición sexual del primer sueño culmina este movimiento psíquico. Sólo significando la seriedad del síntoma, y asumiendo el dolor psíquico que le produce, sólo entonces me dejaría llevar por los senderos erráticos de la libre asociación que conduce, dice Freud en 1912, a lugares y constelaciones psíquicas distantes del escenario inicial del sufrimiento. Pero trabajar su defensa maníaca me parece un paso previo esencial. Defensa estable y exitosa, hasta que los celos que provocan el encierro, provocan el fracaso de su éxtasis fusional, su pretensión de abolir la organización ternaria.

Me parece que la analista no hace esto, sino que sus intervenciones acompañan el despliegue figurativo del decir del paciente. Captura en lo imaginario, claman los autores de filiación lacaniana y del pensamiento francés en general. Quiero marcar, (como contraste), que personalmente me preocupo y doy más atención a lo omitido y a lo silenciado, o  la función de ocultamiento de un cierto énfasis exagerado en la figuración, que a la exuberancia de imágenes y relatos con que Enrique ha comenzado a atosigarme y va a seguirlo haciendo en todas las primeras etapas. Pongamos por ejemplo, "es bárbaro hacer el amor con la analista". La fantasía erótica, o de posesión sexual del objeto prohibido - en la transferencia o en la vida - es un hecho frecuente, quizás ordinario. Al debate, o la pugna entre ganas, miedo y culpas, el difícil equilibrio entre tentación incestuosa y función interdictora, Enrique aplana el conflicto y celebra sin pena ni miedo: fue bárbaro. Un mundo sin límites ni prohibiciones, sin culpa ni castigo.

Al principio Enrique señaló que no sabía bien quién era el analista, no figura en la lista, o porqué la seleccionaron. Luego deja esta interrogación de lado y "se fascina" de que la analista sea mujer, (él que es hijo de una diosa y de un fracasado), luego hacen el amor, es bárbaro, delante del ídolo Tinelli, que también es tocayo mío, realización alucinatoria exhibicionista que exorciza el impedimento, (probablemente la institución como espectadora de nuestro encuentro) son los fragmentos en el que apoyo mi argumento de las dos líneas interpretativas divergentes.

Realidad subjetiva y realidad psíquica no son sinónimos.

La realidad subjetiva es la organización consciente de la percepción del mundo, es decir, de los otros y de uno mismo. El material de Enrique es espectacular, pródigo para desplegar esos relieves. La realidad psíquica, objeto del trabajo analítico, no está alli, de modo explicito y observable, hay que descubrirlo o construirlo, con indicios o retoños de lo que allí circula, con conjeturas provisorias, que con sucesivos vaivenes organizan lo que los Baranger llamaron fantasía básica del campo y que desmontan el clivaje entre su mundo espectacular triunfante y su encierro en la miseria íntima.

Para esta estructura y defensa prevalente la intervención del analista debe ser de desacomodo, no de acompañamiento. De un modo u otro, me hubiera empecinado en el reconocimiento de mi alteridad para buscar su disposición al análisis, donde el reconocimiento del analista como "otro" es miedo atroz y reconocimiento imprescindible. Esta peripecia podría durar semanas, meses o años y también podrían llevar a la ruptura y al fracaso, o hubiera reformulado la propuesta y la dirección del tratamiento.

Tampoco hubiera aceptado oir la grabación fuera de la sesión, un modo más de acorralarme en su mismidad autosuficiente y seudo-maravillosa, omnipotente y catastrófica. Orgasmo de la fusión: "ella rendida a mis pies, yo caer rendido a los suyos".

Yo hubiera escuchado allí: "dime de qué alardeas y te diré de qué careces", como reza el saber popular. Desafío que Freud recogió en la misma dirección señalando que los deseos e impulsos inconsciente son contrarios a los que enfatiza la insistencia consciente.

Enrique es  atractivo y seductor y sus performances viriles dan envidia al más pintado. O yo soy un viejo envidioso y celoso - hipótesis que nunca es a descartar - o estoy demasiado habitado por teorías clásicas del psicoanálisis. Uno no puede hacer la lectura del Schreber de Freud, sin quedar con hondas marcas. El donjuanismo insaciable y los celos patológicos, han sido clásicamente ligados a la homosexualidad reprimida y latente. Pero esta es una hipótesis que la  clínica puede refrendar u objetar y mi presunción es sólo conjetural, como eventual sendero a explorar, como contrapunto a sus excesos de posesión a la mujer diosa, (a poseer y dominar) y al hombre consumido en su riqueza y en sus celos.

Pero antes de esta hipótesis metapsicológica, o de cualquier otra, está la evidencia fenoménica y semiológica, por ahora enigmática, del porqué su virilidad exitosa y lograda, lo conduce fatalmente al mundo cerrado y tóxico de sus celos, donde en una compulsión de repetición, los logros del amor y la  fusión, lo conducen al abismo del martirio y la locura.

No quiero ocupar más tiempo, quizás ya lo hice con exceso. Espero haber aportado algunas ideas para enriquecer este debate.

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